Los niños son los mejores maestros, porque un niño de corta edad es  puro instinto,  porque aún no ha olvidado la esencia humana que lleva en  sus genes;  y si lo observamos detenidamente podremos recordar toda la  sabiduría que hemos perdido.
Un niño expresa sin ningún pudor todo lo que experimenta y observa  todo lo que lo rodea con gran curiosidad y con el interés de un  descubridor, asombrado y sorprendido por lo que ve, oye, saborea, huele y  siente.  Vive el momento, porque para él el pasado y el futuro no  existen.
Come cuando tiene hambre y duerme cuando tiene sueño, se queja de lo  que lo molesta pero se olvida pronto recuperando la alegría y vive cada  cosa como es,  sin comparar con nada.
Descubre un mundo que lo entusiasma y que para él es el mejor de los  mundos porque no tiene expectativas.  Se conecta naturalmente con las  personas y las cosas y sólo cuenta con sus sentidos para comprobar que  ese mundo existe.
Un niño pequeño se comporta como es, no disimula ni hace lo que los  demás esperan de él.  Puede imitar gestos y repetir palabras pero sin  saber lo que significan y ser obstinado para obtener lo que sus  apetencias genuinas le requieren porque todo en él es auténtico.
Los niños muestran una cierta forma de ser desde que nacen.  Pueden  ser  llorones, pacíficos, impacientes, aguantadores, mimosos, serios o  risueños; responden a los mismos estímulos de distinta manera y pueden  caracterizarse por un cierto estado de ánimo; aún sin haber tenido  muchas experiencias previas.
Tienen la capacidad de aprender todo lo que ven, principalmente aquellos estímulos que están ligados con los afectos.
Los niños aprenden con facilidad formas de hablar, ademanes,  conductas sociales, formas de reaccionar y de relacionarse imitando a  las personas significativas que lo rodean.
Suelen tener un alto sentido de justicia y se ofenden desde muy  chicos frente a cualquier situación injusta;  y ante cualquier amenaza  de castigo no aprenden la conducta deseada sino que aprenden a evitar el  castigo.
Un niño se reconoce a sí mismo en el espejo a los ocho meses y se da  cuenta que es alguien separado de su madre y es en ese momento cuando  cobra más importancia la figura paterna.
Hasta los tres años tiende a jugar solo y no se siente inclinado a  participar en juegos con otros niños.  A esa edad se desarrolla su ego y  aparece el negativismo para afianzar su identidad,  propio de esa etapa  del desarrollo.
Es en ese momento en que incorpora el concepto de propiedad (esto es  mío), y a partir de allí el otro es otro y comienza su lucha por el  poder, surgen la envidia, los celos y el deseo de tener lo que tiene el  otro y de ser como el otro.
Aunque un niño mantiene su inocencia bastante tiempo y puede seguir  siendo el mejor maestro para un adulto, la sociedad se ocupa de que  aprenda todo lo que necesita para desear superar a los demás, tener  éxito, ser popular y querido y de que vaya perdiendo su sabiduría y  autenticidad.
Lo poco que queda entonces de ese niño puro que era, a medida que crezca desaparecerá junto a su inocencia.
Para lograr ser otra vez quien realmente era, podrá aprender de un  niño y tendrá que vivir un segundo nacimiento que le permita encontrarse  otra vez a sí mismo.
Si estás confundido, no sabes lo que quieres y el mundo te parece un  lugar inseguro lleno de gente poco confiable, observa a un niño y  aprenderás a tener confianza y a ser tú mismo.
Fuente: laguia2000.com
 
 
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