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¿Es la inteligencia emocional la clave del éxito?

Debemos tener cuidado de no hacer del intelecto nuestro Dios; por supuesto que tiene músculos poderosos, pero no tiene personalidad. – Albert Einstein
Basándose en esta afirmación, un reciente estudio internacional analizó a más de 500 líderes de negocios para descubrir por qué hay personas que tienen más éxito que otras, trabajando en lo mismo. ¿La clave? Personalidad (más que las afinidades culturales o las habilidades de trabajo).
El problema está en saber qué quiere decir “personalidad” en el ámbito de los negocios. La personalidad se compone de un conjunto estable de preferencias y tendencias a través del cual nos acercamos al mundo. Ser introvertido o extrovertido es un ejemplo importante de la personalidad. Los rasgos de personalidad se forman a una edad temprana y se fijan en los primeros años de la edad adulta. Muchas cosas importantes de ti cambian a lo largo de la vida, pero la personalidad es una excepción.
Pero la personalidad no es lo mismo ni que el intelecto, ni que la inteligencia emocional. Es esto lo que han malinterpretado estos líderes de negocios. Las cualidades que han llamado personalidad eran en realidad habilidades de inteligencia emocional, algo que cualquier persona puede incorporar en su vida. Estas son las habilidades que etiquetaron mal como características de personalidad (siendo signos de inteligencia emocional):
  1. No están preocupados por la recompensa. Una cosa que nunca dice un buen empleado es: “Ese no es mi trabajo”. Los empleados más exitosos son aquellos que trabajan más allá de la descripción de sus trabajos, en lugar de estar esperando reconocimiento.
  2. Toleran el conflicto. Ni buscan situaciones conflictivas, ni huyen del conflicto. Son capaces de mantener su compostura mientras exponen su postura con calma y lógica. Son capaces de resistir a los ataques personales.
  3. Se centran en lo importante. A los alumnos pilotos se les suele decir: “Cuando las cosas empiezan a ir mal, no te olvides de pilotar el avión”. Los mejores empleados no se distraen con los clientes de mal humor o las quejas entre oficinas. Saben diferenciar entre los problemas reales y el ruido de fondo.
  4. Tienen coraje. Están dispuestos a hablar cuando otros no lo están, ya sea porque se trate de una cuestión complicada o para impugnar una decisión ejecutiva. Piensan antes de hablar y eligen sabiamente el mejor momento para hacerlo.
  5. Tienen su ego bajo control. Nunca dan a sus egos más peso del que se merecen. Están dispuestos a admitir cuando se equivocan y dispuestos a hacer cosas de otra manera, ya sea porque es mejor o porque es importante para mantener la armonía del equipo.
  6. Nunca están satisfechos. Tienen la convicción de que las cosas siempre pueden ser mejores. No importa lo bien que vayan las cosas, siempre se puede mejorar.
  7. Reconocen cuando las cosas están rotas y las arreglan. No pasan los problemas por alto, sino que buscan ponerle remedio de inmediato.
  8. Son responsables. “No es mi culpa” es la frase más irritante que se puede escuchar en una oficina. Los empleados más exitosos son dueños de su trabajo, de sus decisiones y de todos su resultados, sean buenos o malos.
  9. Son agradables. Son queridos por todos los compañeros de trabajo. Tienen habilidades de integridad y de liderazgo (incluso si no están en una posición oficial de liderazgo). Externamente, son personas en las que se pueden confiar para representar a la empresa.
  10. Neutralizan a la gente tóxica. Tratar con personas difíciles es frustrante y agotador para la mayoría. Los empleados exitosos controlan sus interacciones con personas tóxicas al mantener sus sentimientos bajo control. Saben identificar sus propias emociones y no permiten que la ira o las frustración alimente el caos.
Inteligencia Emocional

Webforum.org Con la colaboración de Forbes.es
Autora: Jimena Azinovic escribe para Forbes.es
Imagen: REUTERS/Carlos Barria

Frases - La vida


El hombre que sobrevivió al Holocausto para enseñar a jugar a niños y adultos

Los nazis mataron a su familia. Pasó por cinco campos de concentración en tres años de su infancia. Pero sobrevivió para revolucionar la industria de las muñecas y abrir el mercado al juguete más popular de los Estados Unidos, el Transformer. Acaso porque él mismo se transformó muchas veces
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Henry Orenstein, sobreviviente de la Shoa y creador de juguetes memorables (Shaminder Dulai, Newsweek)
El viernes 27 de enero, la fecha en que se liberó el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en 1945, es el Día Internacional de Conmemoración del holocausto (#HolocaustRemembrance).
Con 93 años y una resiliencia excepcional, Henry Orenstein acaso sea una historia digna de las víctimas de la Shoah que se recuerdan: un hombre que sobrevivió a la desgracia extrema en cinco campos nazis y cuya venganza fue ser feliz y hacer felices a otros, como un gran creador de juguetes y de los torneos televisados de póker.
Abigail Jones lo entrevistó para un perfil que publicó la revista Newsweek en el que resumió "la vida de un hombre que sobrevivió a circunstancias extraordinarias y luego les enseñó a los niños y a los adultos del mundo a jugar".
El chofer que conduce el auto de Orenstein desde hace casi un cuarto de siglo, Ken Oakes, trabajaba antes como gerente del sector de juguetes de la cadena Sears. Allí se conocieron hablando de los muñecos más vendidos, los Transformers"Orenstein fue el hombre que vio el potencial para los Transformers en los Estados Unidos", dijo a la revista estadounidense. Lo imaginó, en realidad, en la Feria de Juguetes de Nueva York: en un exhibidor mal ubicado encontró un auto que se transformaba en un avión. "¡Es la mejor idea que vi en muchos años!", se dijo. Y comenzó a pergeñar alternativas al modelo carro-avión.
El automóvil era un diseño de la compañía japonesa Takara. Orenstein conocía al presidente y le gestionó una reunión con los gerentes de Hasbro, el gigante que lanzó al mercado los G.I. Joe y Mi Pequeño PonyLas dos empresas lanzaron los Transformers en 1984. El éxito de esos robots multifacéticos fue más allá del producto en sí a lo largo y a lo ancho de la cultura popular: historietas, series de televisión, una película taquillera y merchandising variado que —sin contar a los competidores y los imitadores— generó más de USD 10.000 millones desde 2004.
Sólo 300.000 de los 3 millones de judíos polacos sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, y Orenstein fue uno de ellos. Si hoy juega al póker con sus amigos —"¡Son tiburones!", lo corrigió su esposa Susie, de 72 años— en un apartamento que mira al Central Park, en la ciudad de Nueva York, es porque se abrió camino "hasta la cima de la industria de los juguetes", argumentó Newsweek. Y luego hizo que el póker, un juego de azar que se jugaba en ámbitos mal iluminados, se convirtiera en un negocio multimillonario: creó el programa de televisión Poker Superstars, la punta del iceberg de una plataforma de medios que hoy llega a las redes sociales.
Primera transformación: de niño feliz a huérfano en un campo nazi
Orenstein nació en 1923 en Hrubieszów, en Polonia. "La mitad del pueblo era judío, y no obstante él recuerda que de niño miraba por la ventana y todos los días veía mensajes como 'Judíos a Palestina' y '¡A pegarle a los judíos!'", escribió la autora de la nota. "Su padre, Lejb, era un empresario artífice de su éxito, que tenía un comercio de telas, un silo y un negocio lucrativo de exportación. Su madre, Golda, se ocupaba de la familia —Henry, sus hermanos mayores Fred, Felix y Sam, y la hermana menor, Hanka— en una casa de tres pisos con una cocinera y una mucama residente".
"La situación era feliz", dijo Orenstein a la periodista. "Pero sabíamos que nuestro futuro peligraba".
Cuando se sacó las máximas calificaciones en todas las asignaturas del primer año de su secundario pero el director de la escuela dijo que ningún estudiante nuevo había merecido el premio académico del año, llegó a su casa llorando, se echó sobre la cama y gritó "¡Hitler va a venir aquí y nos va a matar a todos!". Su padre intentó consolarlo; sólo lo escuchó repetir esa frase y rogarle que llevara a la familia a algún país de América.
Pocos meses después, Alemania invadió Polonia, el 1º de septiembre de 1939.
Los varones de la familia escaparon a un pueblo ruso vecino; pensaron que los nazis respetarían a las mujeres. Salieron justo antes de la primera marcha de la muerte, una redada de 2.000 varones que fueron asesinados en las afueras del pueblo. Pero cuando Golda les informó que les habían incautado los bienes y que temía por su niña, comprendieron que tampoco ellas estarían a salvo de la barbarie. En 1941, mientras Alemania entraba en la Unión Soviética, regresaron.
Se escondieron en la casa de una campesina que se arriesgó a la pena de muerte, que era lo que se administraba de manera sumaria a los gentiles que ayudaban a esconder judíos. La familia se logró reunificar al comenzar octubre de 1942, pero aunque intentaron ocultarse a fines de ese mes, debieron entregarse a la Gestapo.
"Henry y sus hermanos fueron enviados a un campo de trabajo local. Lejb y Golda fueron conducidos al cementerio judío de Hrubieszów, donde se les ordenó que se desvistieran y se ubicaran en hilera al borde de un hoyo de ejecución", escribió Jones"Entonces les dispararon a la cabeza y los echaron al socavón".
Segunda transformación: el doble fraude bajo el III Reich
Los guardias SS del campo de concentración —el tercero en el que estaban los hermanos Orensetein— había sacado a 400 varones de las duchas, desnudos, y los habían perseguido hasta la nieve del invierno de enero de 1944, donde una vez medio congelados los hicieron volver a golpes a la barraca.
Entraban por una ventana, como toque final de la iniquidad, cuando escucharon por los altavoces:
"Todos los científicos, ingenieros, inventores, químicos y matemáticos judíos se deben registrar inmediatamente".
A esas alturas, nadie en los campos ignoraba las evacuaciones y los exterminios en masa que eran la realidad cotidiana: el nazismo mató a 6 millones de personas, 1,1 millón de ellas en Auschwitz-Birkenau, acaso el símbolo más emblemático de la tragedia que queda hoy en día. Orenstein —quien había hecho de todo para sobrevivir: dormir en el campo, esconderse en tambores de aceite, sobornar con su reloj a un policía ucraniano y salir corriendo sin saber si lo dejaría huir o lo balearía por la espalda— decidió que habría de tentar a la suerte otra vez, porque era el único factor que podía salvarlos.
Declaró que él, sus hermanos y su hermana eran científicos y matemáticos. "Cuando ellos descubrieron lo que había hecho", relató Jones en Newsweek, "quedaron horrorizados". Fred era médico y Felix había estudiado dos años de medicina; Sam era un abogado y Henry y Hanka ni siquiera habían tenido edad para entrar a la universidad antes de su confinamiento.
Pero a él conseguir un día más de supervivencia, sólo un día, le parecía suficiente.
No pudo hacerlo por Hanka, a quienes los verdugos descartaron por mujer y joven. Ella sería asesinada en una marcha de la muerte poco antes de la liberación.
Los exámenes les parecieron sospechosamente fáciles. "¿Cuántas patas tiene una mosca?", por ejemplo, fue la única pregunta que respondió el mayor: "Seis".
A los pocos días, los varones Orenstein fueron llevados a las barracas del Chemiker Kommando, donde se crearía una superarma que definiría la guerra a favor de Alemania. O se hubiera creado si en realidad no hubiera sido un fraude montado por académicos alemanes que no querían ser incorporados al ejército. Que se encontraron con la horma de su zapato: "Si ellos les decían a la Gestapo que nosotros fingíamos, nos hubieran matado, pero ellos hubieran sido llamados a filas", dijo el sobreviviente a Newsweek. "Que los mandaran al frente ruso era lo peor que les podía pasar. El invierno, la nieve, todo eso: caían muertos como moscas. Así que decidieron simular hasta el final. Tuvimos suerte".
A medida que se acercaban los aliados, eso cambió. Fred y Félix fueron cambiados de campo —Félix moriría asesinado en ese último destino— y Sam y Henry marcharon durante diez días en dirección al Mar Báltico, sin fuerzas para avanzar, pero sin posibilidad de darse el lujo de detenerse: los nazis disparaban a quienes lo hacían.
Una mañana se despertaron y no quedaba un soldado alemán a la vista.
Tercera transformación: el hombre de los mil juguetes
Luego de la liberación, Orenstein pasó dos años en Alemania a la espera de sus papeles para emigrar a los Estados Unidos, donde lo esperaría un tío. Estudió inglés como pudo: las 2.000 palabras que había aprendido le bastaron para leer dos diarios apenas salió del muelle en Nueva York y asombrarse de que en ninguna página había una expresión antisemita.
Cargó bolsas de algodón, ingresó a una empresa de enlatados, despachó en una tienda de alimentos. A mediados de la década de 1950 le dijo a su tío que le gustaría vender muñecas en ella: muñecas hermosas, en cajas atractivas, pero mucho más económicas que las que se encontraban en las grandes tiendas. Su tío le prestó un capital inicial y el negocio fue tan próspero que creó el género de las muñecas de supermercados.
Un día visitaba a un amigo cuando se entretuvo moviendo sobre el vidrio de una mesa un objeto metálico con un imán, y se le ocurrió su mayor éxito: la muñeca que parpadeaba. Ya había empezado a acumular buena parte de las 100 patentes que hoy conserva cuando creó su empresa, Topper Toys, que llegó a tener 5.000 empleados en su fábrica de New Jersey y a crear un éxito inédito: Betty, the Beautiful Bride. "Así hice mi primer millón", dijo a Newsweek.
"Durante más de dos décadas, Orenstein inundó las casas estadounidenses con algunos de los juguetes más memorables de mediados del siglo XX. Sus automóviles de carrera Johnny Lightning competían con Hot Wheels. Sus muñecas Dawn competían con Barbie. Creó los electrodomésticos Suzy Homemaker, los camiones Zoomer Boomer", enumeró Jones en su texto. "Le vendió a Plaza Sésamo las Walking Letters, que enseñaban a los niños a deletrear, y contrató a Louis Armstrong para que cantara el jingle del aviso de la muñeca Suzy Cute."
"Mattel estaba decidida a destruir Topper", dijo la esposa, Susie, a Newsweek. "Ex empleados de Mattel nos decían que tenían días de reuniones sobre cómo destruir a Henry Orenstein." Y cuando lo logró, en la década de 1970, la empresa fue a la bancarrota y Orenstein comenzó a buscar ideas para Hasbro y otras grandes. Entonces aparecieron en escena los Transformers.
Cuarta transformación: el póker a la televisión
Hasta la década de 1960, Orenstein tenía una pasión prioritaria: el ajedrez. Pero entonces comenzó a aprender a jugar al póker en algunos de los lugares más importantes del juego del país. Viajaba a California, a New Jersey y, desde luego, a Nevada para pasarse hasta doce horas sentado a una mesa en un casino de Las Vegas.
En 1987, ya experto, conoció a quien hoy es el productor de World Series of Poker, Mori Eskandani, en Los Ángeles. Se hicieron amigos. Un día, muchos años después, le contó a su compañero de póker que se le había ocurrido una idea para que el juego saliera de las catacumbas de la ludopatía y se proyectara como un gran deporte nacional.
Le dijo que le gustaba jugar pero lo aburría mirar. Había descubierto por qué: ¿dónde estaba la gracia si no se podían ver las cartas? Y también había descubierto la solución: una mesa de póker equipada con cámaras para las cartas ocultas, aquellas de una mano que se dejan tapadas y solo puede ver cada jugador.
Mientras trataba de convencer a los mejores jugadores del país que revelaran sus secretos para los televidentes, ganó un par de torneos. En 2002, cansado de esperar, llamó a Jon Miller, director de NBC Sports. No lo conocía: para que lo atendiera le envió los resúmenes de sus cuentas bancarias, de ocho o nueve dígitos. Quería que entendiera que era "un hombre serio con una idea seria".
Le habló de su mesa, de su visión de torneos en vivo con los mejores jugadores del país. "Miller quedó cautivado", escribió la autora. La cadena estaba buscando nueva programación. "Juntos lanzaron Poker Superstars y High Stakes Poker. Poco después el deporte explotó en televisión y en línea". Según Miller, "este hombre es la única razón por la cual el póker es un negocio multimillonario".
La riqueza nunca lo alejó del recuerdo de la Shoah. Orenstein colabora con los sobrevivientes y con las familias de bajos ingresos: lleva medio siglo de contribuciones al Metropolitan Council on Jewish Poverty de la ciudad de Nueva York, donde ha pagado desde alimentos (al comienzo) a tratamientos médicos (cuando sus recursos aumentaron), desde escolaridades a muebles y ropas. "Se hizo cargo de casos en los que no había nadie más que colaborase", dijo a la revista Jackie Ebron, de la organización. "Y la gente nunca ha sabido quién es él. Él no quiere que nadie sepa que es él".

También se encargó de que el nombre de Yekaterina Lipinskaya, "una de las mujeres más valientes y honorables que conocí, y sin dudas la persona por la cual estoy vivo", se inscribiera en el memorial del Holocausto en Jerusalén: fue la campesina que alojó a su familia, y a muchas otras, sin medir el peligro, por la necesidad de ayudar a salvarlos.
Fuente: Infobae

Lo contrario al amor no es el odio, sino el miedo


¿Qué harías si no tuvieras miedo?
El miedo nos ayuda a sobrevivir pero también nos limita y ha sido utilizado muchas veces para doblegar voluntades. Afecta tanto al cuerpo como a la mente.
Pero el miedo a veces está sólo en nuestra mente, porque puede ser imaginario, cuando no tiene una correspondencia con un peligro real.
Existen muchos tipos de miedo, el miedo al fracaso, el miedo al rechazo, el miedo a la pérdida de poder y el miedo al cambio.
Carl Jung el gran psiquiatra y psicoanalista suizo, sostenía que todos tenemos ciertos rasgos que ocultamos, ya que desde pequeños nos dimos cuenta que esto era necesario si queríamos ser aceptados.
Ese conjunto de rasgos que no aceptamos de nosotros mismos, son como una sombra que aflora en algún momento de nuestra vida.
Junto a “la sombra”, desarrollamos lo que Freud llamaba “el ideal del yo”, que es un yo que creamos para encajar en nuestro entorno y no ser rechazados.
La no aceptación de la sombra conlleva muchos problemas, puesto que no nos aceptamos a nosotros mismos por miedo, no nos queremos. El miedo es lo contrario del amor. No nos amamos por miedo a nosotros mismos y no somos capaces de amar a otros.
El miedo es una emoción, algo que de a ratos nos invade y hasta nos controla y nos impulsa a hacer cosas que no queremos hacer, como discriminar, o tratar mal a alguien que en realidad no conocemos o no se lo merece.
El miedo es una sensación que el ser humano desarrolló como método psíquico de autodefensa. Tenemos miedo cuando creemos que estamos bajo algún riesgo, ya sea físico, moral, psicológico, económico, etc.
Como estrategia de protección es bueno, necesitamos protegernos, por eso existe esta sensación.
Lo malo resulta cuando este sistema de defensa del cuerpo y la mente TOMA CONTROL del cuerpo y la mente. Cuando llega a niveles muy altos puede causar ciertos grados de deterioro físico o mental, e incluso locura.
Al igual que la ira y el hedonismo (placer), el miedo en niveles avanzados nos lleva a hacer cosas que normalmente no haríamos. A veces confundimos los actos de los demás por obra del miedo como actos de su personalidad, y los catalogamos de "cobardes", o incluso como "malas personas" (cuando nos rechazan o discriminan).
Nuestro miedo a amar deriva de nuestra falta de amor a nosotros mismos o falta de autoestima
¿Si no podemos amarnos a nosotros mismos cómo vamos a amar a otra persona?

El miedo hace mas daño a quien lo tiene que a quien lo sufre, no lo olviden. 
Paulo Freire sostiene que: "El contrario del amor no es, como muchas veces o casi siempre se piensa, el odio, sino el miedo de amar, y el miedo de amar es miedo de ser libre”.
Es imposible amar a quien se teme.
El amor te dulcifica, el miedo te endurece.
El amor te abre al universo, el miedo te encierra en ti mismo.
No existe distancia mayor entre dos corazones que esa.
No amar por temor a sufrir es como no vivir por temor a morir”.(Ernesto Mallo)

Autora: Arantxa Alvaro Fariñas

Casi creo que 2016..

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“Para funcionar bien, el cerebro necesita desconectarse”

El neurocientífico Facundo Manes advirtió que es necesario “no hacer nada” y hasta aburrirse, para contribuir a la salud de la mente.  El desafío intelectual, la vida social, dormir bien, ejercitarse y evitar el estrés.
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El cerebro humano es la estructura más compleja del Universo, tiene más neuronas que las estrellas que existen en la galaxia, y todo lo que hacemos y nos define, depende de él. Así describe el neurocientífico Facundo Manes al órgano más fascinante del que disponen las personas, cuyo funcionamiento se dedica a investigar, pero también a difundir con tanto entusiasmo como claridad, en la convicción de que desentrañar las claves de nuestra mente nos ayuda a vivir mejor como individuos y como sociedad.


De visita en Córdoba para dar una charla sobre “El desarrollo personal y social” en el marco del ciclo Pensar el cerebro, Manes –director del Instituto de Neurociencia de la Fundación Favaloro– explicó qué hay que hacer para mantener la mente sana, y cómo la afectan dos males de este tiempo: multitarea e hiperconectividad.

–¿Por qué es importante pensar el cerebro? 

–Por muchísimo tiempo no pensamos el cerebro, ya que por millones de años la especie humana se dedicó básicamente a proteger el territorio, conseguir alimento y cuidar a los suyos. Recién mucho después empezamos a pensar quiénes somos, para qué estamos, e inclusive qué nos hace humanos. Y ahí nos dimos cuenta de que todo lo que hacemos lo hacemos con el cerebro, y de que todo lo que somos depende del cerebro, y eso fue de alguna manera el motor en las investigaciones en neurociencias. De hecho, una pequeña lesión cerebral en un área estratégica nos puede llevar a perder la memoria, la identidad, la capacidad de hablar, o a cambiar la personalidad. Por eso co­nocer el cerebro es importante porque nos va a ayudar a comprender quiénes somos y a mejorar el aprendizaje, el trabajo en equipo y el desarrollo.

–¿Qué puede hacer una persona para aprovechar al máximo su capacidad?

–No es una sola cosa sino varias las que hay que hacer para proteger al cerebro. Lo primero, cuidar que la glucemia y el colesterol estén en valores normales y evitar el sobrepeso.

–Todo lo que ayuda al ­corazón le sirve al cerebro, entonces.

–Exactamente. Al cerebro también le hace bien el ejercicio físico, que además de ayudar al sistema vascular, genera nuevas conexiones neuronales, y es un buen ansiolítico y un buen antidepresivo. Y a su vez, hay que sumar el desafío intelectual, que es hacer algo que nos cueste: aprender un idioma, algo nuevo. Otro factor es la vida social, porque estar conectado con otra gente es muy impor­tante para el cerebro porque im­plica estímulos diferentes. Y la otra cosa es combatir el estrés crónico, que afecta al cuerpo y a la mente, y dormir bien, porque el sueño es salud. O sea que para que el cerebro funcione bien, hay que tener un sueño reparador. Hoy disponemos de datos de que la gente que no duerme bien tiene más riesgo de sufrir Alzheimer. Eso implica dormir las horas necesarias, aparte de relajarse, porque hoy, además, mucha gente se va a la cama con la oficina a cuestas: el celular, el iPad , el teléfono.

–¿Cómo impactan el mul­titasking y la hiperconecti­vidad?

–La multitarea disminuye el rendimiento cognitivo. Mucha gente se confunde al pensar que haciendo muchas cosas al mismo tiempo va a ser más pro­ductivo, y es al revés. Ese es un mito que hay que erradicar porque el cerebro funciona mejor cuando se hace una cosa por vez. Un ejemplo que suelo dar 
es el de Franz Kafka, que era famoso por escribir un texto 
en pocas horas. Imaginálo hoy tratando de escribir rodeado 
de internet, noticias on line , y alarmas de twitter, Facebook y WhatsApp...

–¿Qué efecto tiene entonces la tendencia a estar hiperconectados todo el día, todos los días? 

–La tecnología es fantástica, soy un enamorado de la tecnología moderna que nos facilita un montón de cosas. Además, el avance tecnológico es inevitable y hay que aprovecharlo, pero también tenemos que ser cuidadosos. Y esto implica estar desconectados de la tecnología una parte del tiempo que estamos despiertos, porque eso es muy importante para el cerebro.

–¿Por qué? 

–Porque cuando está desconectado, cuando “no estamos haciendo nada” el cerebro trabaja muchísimo, y ese tiempo es clave para que procese la información que adquirió cuando estaba atento. Necesitamos desconectarnos de la tecnología para ser introspectivos, para poder pensar, para aburrirnos, para imaginar el futuro. Y sobre todo en el caso de los chicos: tienen que volver a aburrirse, a volver a imaginar, no pueden estar todo el día conectados.

–¿En ellos la hiperconexión impacta de una manera diferente?

–No lo sabemos, porque el cerebro recién termina de desarrollarse después de los 20 años, y hay investigaciones aún en curso sobre qué impacto tendría en esa etapa. Pero en cualquier caso hay dos grupos ya sean niños o adultos: uno integrado por quienes ya tienen tendencias obsesivas, compulsivas o ansiosas, en los que se van a disparar más conductas de ese tipo; y otro, de personas que no tienen esas tendencias, a quienes el uso de la tecnología en forma moderada no los va a afectar, sino al contrario, va a ser un facilitador de un montón de cosas.

–La última: ¿cuál es hoy, en su opinión, el mayor desafío que plantea el estudio del cerebro? 

–Creo que hemos aprendido ciertos aspectos de su funcionamiento, por ejemplo cómo tomamos decisiones, la memoria, el olvido, el lenguaje, la percepción. Pero todavía no tenemos una teoría general sobre el cerebro, de modo que el mayor desafío es construir una teoría general sobre cómo funciona nuestra mente, que es el órgano que nos hace humanos y que, además, es el único en el universo que intenta entenderse a sí mismo.

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Fuente: La Voz
Autor: Marcela Fernandez - Facundo Manes

Felicidad y las insospechadas desventajas de ser muy inteligente

El ganador del premio Nobel de literatura lo dijo “Personas inteligentes, y a la vez felices, es la cosa más rara que he visto.” Ernest Hemingway
La busqueda de la inteligencia ha sido constante, pero, ¿qué pasa si la busqueda ha sido en vano?
Si la ignorancia da la felicidad, ¿es la inteligencia sinónimo de tristeza? La opinión general parece decir que sí.
A pesar de las ventajas que tiene ser más listo que los demás, la realidad es que poseer un coeficiente intelectual alto no está relacionado directamente con tomar mejores decisiones, de hecho, muchas veces puede implicar exactamente lo contrario.
La búsqueda de la inteligencia ha sido una constante a lo largo de la historia, pero, ¿qué pasaría si esa búsqueda ha sido en vano?
Los primeros pasos por identificar a los más inteligentes de entre nosotros se dieron hace casi un siglo, cuando una prueba del coeficiente intelectual (CI) empezó a ganar popularidad.
En 1926 el psicólogo Lewis Termin decidió usar esta prueba para estudiar a un grupo de niños superdotados, muchos con más de 170 de CI, que fueron conocidos como los Termitas.
Como era de esperar, muchos de los niños que participaron en el experimento alcanzaron fama y fortuna a lo largo de sus vidas, pero otros eligieron profesiones mucho más humildes, como policía, marinero o mecanógrafa.
Además, la felicidad tampoco estaba asegurada para los más inteligentes.
Los niveles de divorcio, alcoholismo o suicidio eran igual que los de las personas normales.
La conclusión que se pudo sacar de los Termitas es que, mirando el lado positivo, un gran intelecto no implica ninguna diferencia a la hora de medir la felicidad, y mirando el lado negativo, puede significar una menor satisfacción con la vida.
¿Por qué entonces los beneficios de un coeficiente superior no se amortizan a largo plazo?
Una carga pesada
Una de las posibles respuestas es que el mismo conocimiento de tu propio talento se puede convertir en una carga a la que estar atado.
En los años 90 del siglo pasado se les preguntó a los Termitas que sacasen conclusiones sobre su vida, y en vez de reconocer sus éxitos muchos parecían tener la sensación de no haber cumplido con las expectativas que tuvieron de jóvenes.
Otra queja recurrente es que los niños superdotados parecen ser más conscientes de los problemas del mundo.
Mientras que la mayor parte de nosotros no sufrimos demasiado de angustia existencial, la gente más inteligente se preocupa más por la condición humana o se angustia con la estupidez de los demás.
La preocupación constante puede ser, además, signo de inteligencia.
Estudios demostraron que aquellos con un alto coeficiente intelectual se preocupan más y sufren mayores niveles de ansiedad a lo largo del día.
Pero la ansiedad no proviene de plantearse las grandes preguntas existenciales, sino de preocupaciones mundanas que los más inteligentes tienden a replantearse una y otra vez.

Puntos ciegos mentales

La realidad es que una mayor inteligencia no se equipara con una mayor capacidad para tomar decisiones adecuadas; de hecho en algunos casos puede provocar que las decisiones sean incluso peores.
Keith Stanovich, de la Universidad de Toronto, se ha pasado la última década haciendo pruebas de racionalidad, y ha descubierto que la capacidad de tomar decisiones de forma correcta no está relacionada con la capacidad intelectual.
La gente con un alto coeficiente intelectual tiende de hecho a tener un "punto ciego de la parcialidad", lo que provoca que sean incapaces de ver sus propios defectos y de que se guíen mucho por sus instintos.
Aunque Stanovich cree que esta parcialidad se puede observar en todos los estratos sociales.
"En la sociedad hay mucha gente haciendo cosas irracionales a pesar de poseer un nivel de inteligencia más que adecuado", afirma.
Entonces, si la inteligencia no lleva a tomar mejores decisiones, ¿qué lo hace?
Igor Grossman, de la Universidad de Waterloo en Canadá, afirma que tenemos que recuperar un viejo concepto: el de sabiduría.

Sabiduría frente a inteligencia

La idea de Grossman tiene una mayor base científica de lo que pueda parecer en un primer momento.
"Si uno se fija en la definición de sabiduría, mucha gente coincide en que es la capacidad para tomar decisiones de una forma imparcial", afirma el científico.
En uno de sus estudios Grossman comprobó que aquellos con mejores resultados en pruebas de sabiduría también tenían una mayor satisfacción con la vida, mejor calidad en sus relaciones y menores niveles de ansiedad.
Una mayor capacidad de razonamiento incluso parece llevar a vivir más.
Pero Grossman descubrió que todas estas cualidades no tenían relación alguna con el CI.
"La gente muy inteligente suele generar, muy rápidamente, argumentos apoyando sus razonamientos, pero suelen hacerlo de una forma muy parcial", asegura.
De todas formas parece ser que la sabiduría no está tan determinada, independientemente por nuestro coeficiente intelectual.
Según un estudio, una mayor capacidad de razonamiento puede llevar a vivir más.
Segun un estudio, una mayor capacidad de razonamiento puede llevar a vivir mas.
"Soy un firme creyente en que la sabiduría puede entrenarse", dice Grossman.

Con un poco de suerte la inteligencia no se interpondrá en el camino.
Fuente:  BBC Future.
Autor: David Robson

¿El dinero compra la felicidad?


Es una pregunta eterna: ¿puede el dinero comprar la felicidad?
En los últimos años, nuevos estudios nos han dado una mayor comprensión de la relación entre lo que ganamos y cómo nos sentimos. Los economistas han estudiado el vínculo entre los ingresos y la felicidad en los países, mientras los psicólogos han indagado por qué el dinero nos mueve de cierta forma.
Los resultados tal vez parezcan obvios a primera vista: sí, las personas con ingresos más altos son, en general, más felices que los que luchan para sobrevivir.
No obstante, al analizar los hallazgos detenidamente, resultan más sorprendentes y mucho más útiles.
En pocas palabras, las últimas investigaciones indican que la riqueza por sí sola no ofrece ninguna garantía de una buena vida. Mucho más importante que un ingreso alto es cómo se gasta. Por ejemplo, regalar dinero genera mucha más felicidad en las personas que derrocharlo en sí mismos. Y cuando lo gastan, las personas son mucho más felices cuando lo usan para experiencias como viajes que para adquirir bienes materiales.
A continuación, lo que dicen las últimas investigaciones sobre cómo la gente puede emplear su dinero de forma más inteligente y maximizar su felicidad.
Las experiencias valen más de lo que uno piensa
Numerosos estudios en los últimos 10 años han demostrado que las experiencias de la vida nos dan un placer más duradero que las cosas materiales y, sin embargo la gente prioriza los bienes tangibles.
Ryan Howell, profesor adjunto de psicología en la Universidad Estatal de San Francisco, se dispuso a resolver este enigma. En un estudio publicado este año, halló que la gente piensa que las compras materiales ofrecen un mejor valor porque las experiencias son efímeras y los bienes duran más. Por lo tanto, si bien de vez en cuando gastan en grandes vacaciones o entradas para conciertos, cuando son más cuidadosos con el dinero se quedan con los bienes materiales. Sin embargo, Howell halló que cuando la gente recordaba las compras que había hecho, se daba cuenta de que las experiencias proporcionaban más felicidad y un valor más duradero.
Thomas Gilovich, profesor de psicología de la Universidad de Cornell, ha llegado a conclusiones similares. “Las personas a menudo hacen un cálculo racional: tengo una cantidad limitada de dinero y puedo ir allí o puedo tener esto”, explica. “Si voy allí, será genial, pero acabará enseguida. Si compro esta cosa, al menos siempre la tendré. Objetivamente eso es verdad, pero no psicológicamente. Nosotros nos adaptamos a nuestros bienes materiales”.
Este proceso de “adaptación hedónica” es lo que dificulta tanto la compra de felicidad mediante cosas materiales. Las experiencias, en cambio, suelen satisfacer nuestras necesidades subyacentes, señala Gilovich.
Muchas veces, las experiencias se comparten con otras personas, lo que nos da un mayor sentido de conexión, y forman una parte más amplia de nuestro sentido de identidad. Algo crucial es que no solemos comparar nuestras experiencias con las de otras persoSnas, como sí lo hacemos con las cosas materiales, agrega. Además, la gente obtiene más placer a la espera de experiencias que de compras materiales, que parecen causar impaciencia.
No se adapte a lo que compra
Una de las principales razones por la que tener más cosas no siempre nos vuelve más felices es que nos adaptamos a ellas.
“Los seres humanos son excepcionalmente buenos al acostumbrarse a cambios en sus vidas, especialmente a cambios positivos”, dice Sonja Lyubomirsky, profesora de psicología de la Universidad de California en Riverside. “Si sus ingresos aumentan, les da un estímulo, pero luego sus aspiraciones también aumentan (...) Tratar de prevenir eso o frenarlo es un gran desafío”.
Un método que puede funcionar, afirma, es mantener un sentido de apreciación y gratitud por lo que uno tiene, ya que el proceso de adaptación proviene de dar por sentado lo que uno posee. La variedad, la novedad o la sorpresa también pueden ayudar a disfrutar más las posesiones. “Cuando las cosas no cambian, ahí es cuando uno se adapta a ellas”, asevera. Intente compartir sus objetos con otras personas y abra sus puertas a nuevas experiencias, recomienda.
Trate de regalarlo
La paradoja del dinero es que, si bien ganar más tiende a mejorar su bienestar, nos hace más felices regalarlo que gastarlo nosotros mismos.
Ese fue el hallazgo de una serie de estudios realizados por Elizabeth Dunn, profesora adjunta de psicología de la Universidad de Columbia Británica y autora del libro Happy Money (algo así como Dinero feliz).
Empezó dando dinero a estudiantes en el campus, diciéndoles a unos que lo gastaran ellos mismos y a otros que compraran cosas para otra persona. Estos últimos fueron mucho más felices.
Dunn ha repetido el experimento en otros países y también amplió el estudio para evaluar si la gente seguía siendo más feliz regalando su propio dinero. Descubrió que en países tan diversos como Canadá, Sudáfrica y Uganda, obsequiar dinero consistentemente producía más felicidad, incluso cuando las personas eran relativamente pobres.
Lo que afecta la felicidad no es tanto la cantidad de dinero que se da, sino el impacto que uno percibe de la donación, agrega Dunn. Si ve que su dinero marca la diferencia en la vida de alguien más, lo hará feliz incluso si la cantidad que dio es baja.
Asegúrese de comprar tiempo
También es importante considerar la forma en que sus compras afectarán cómo pasa su tiempo. “Use el dinero para comprar un mejor tiempo”, dice Dunn. “No compre un auto ligeramente más elegante para tener asientos con calefacción durante un viaje de dos horas al trabajo. Compre un lugar cerca del trabajo, así puede usar la última hora de sol para patear un balón en el parque con sus hijos”. Otra forma de comprar tiempo es tercerizar tareas que no le gustan, agrega.
El dinero trae felicidad sólo hasta cierto punto
Los investigadores dividen la felicidad en dos componentes. El primero es “evaluativo” y Lyubomirsky lo define como el “sentimiento de que su vida es buena, está satisfecho con su vida, está progresando hacia sus metas” El otro es “afectivo”, que mide con qué la frecuencia uno siente emociones positivas como la alegría, el cariño y la tranquilidad, comparado con emociones negativas, dice la especialista.
Daniel Kahneman y Angus Deaton de la Universidad de Princeton descubrieron que cuando analizaron mediciones afectivas, la felicidad no aumentaba después de que una familia alcanzaba un ingreso anual de aproximadamente US$75.000. No obstante, notaron un consistente aumento de satisfacción general con su vida.
La conclusión es que cuando uno no tiene mucho dinero, una pequeña suma adicional puede hacer una gran diferencia, debido a que hay más necesidades esenciales que cubrir. Pero a medida que uno acumula riqueza, se vuelve más difícil seguir “comprando” más felicidad.
No se descontrole
Finalmente, los investigadores concuerdan en que gastar más de lo que uno puede pagar conduce a la miseria. Ocuparse de sus necesidades básicas y alcanzar un nivel de seguridad financiera es importante.
Gilovich dice que, si bien sus investigaciones muestran que las experiencias de vida generan más felicidad que los bienes materiales, la gente debería, obviamente, comprar primero las cosas esenciales.
En tanto, algunos estudios han demostrado que la deuda tiene un efecto perjudicial sobre la felicidad, mientras que los ahorros y la seguridad financiera suelen aumentarla. “Desde el punto de vista de la felicidad, es más importante reducir la deuda que acumular ahorros”, afirma Dunn.
Así que antes de gastar todo su dinero en unas vacaciones soñadas, asegúrese de cubrir sus necesidades básicas, pagar sus deudas y tener suficiente para protegerse de los problemas de la vida.
Fuente: The Wall Streeet Journal
Autor: Andrew Blackman