El día del niño, el día de la madre, del padre, navidad, reyes…. Son fechas “importantes” donde la familia se reúne, se reciben regalos, pasan cosas.
¿Son ocasiones para demostrar amor? Por supuesto que si; no se necesita una agenda determinada para amar. Pero sería un exceso pretender que esas fechas sean características del amor en vez de paradigmas del consumismo.Amor y consumismo: ¿cuál sería la diferencia?
A primera vista parece obvio. Sin embargo, alguien podría sufrir un duro golpe si en alguna de esas fechas especiales no recibe un regalo, una tarjeta, una felicitación o un saludo. No seamos ingenuos, no es un día más.
Es habitual escuchar en esas ocasiones: “ni se acordó en saludarme”. O en casos más extremos: “nadie se acordó de mi, nadie me quiere”, entre otras cosas. El amor tiene más que ver con la famosa frase “contigo pan y cebolla”, tan degradada, ridiculizada y fuera de moda. Hoy la moda es sin duda otra. Quien esté habituado a visitar los shoppings sabe muy bien que el límite de la tarjeta de crédito es siempre insuficiente. Si hay algo que caracteriza a los centros comerciales es que están diseñados para consumir. Sin importar cuanta ropa haya en un guardarropa, siempre se aspira a más, a la última moda, a la originalidad del nuevo modelo. Puede resultar un espectáculo desopilante escuchar los fundamentos por el cual se argumenta que un artículo innecesario es fundamental en la vida de alguien. Es gracioso, por ejemplo, en un período de galanteo. Cosa que dura lo que el vencimiento de la tarjeta. Y esta conducta se repite día tras día, temporada tras temporada, año tras año. Y en esas fechas tan importantes se hace imposible no comprar a cualquier precio porque de lo contrario sería una afrenta, un insulto, al homenajeado.
Es cierto, es un fenómeno impuesto por la cultura. Y aquí es donde nos enfrentamos a una de las mayores contradicciones. Por un lado, la cohesión cultural no puede llevarse a cabo si no es por medio del amor entre las personas. Imagínese, si no, vivir bajo el mismo techo con enemigos. Esto es porque el amor implica cohesión. ¿O alguien puede desear estar lejos de la persona amada? Aún así, este concepto es difícil de explicar en estos días ya que es la falta de cohesión lo que caracteriza a nuestra sociedad: la desunión. Por otro lado, es esta misma cultura la que impone de muchas formas aquello que “es necesario” despertando el impulso a adquirir objetos que bien pueden ser usados una vez y nada más.
Esas necesidades descartables y perecederas, junto con la repetición de comprar, son hechos que caracterizan al consumismo con la falsa ilusión de haber comprado algo de felicidad.
La fórmula sería: más cosas tengo más feliz soy. Sería compatible al intento de llenar un vacío inefable.
El amor es otra cosa. Se ama aún en la carencia, aún sin regalos importantes, aún a riesgo de embotamiento de los sentidos. Se desea por el solo hecho de ser, no de tener.
El amor no acepta coimas. Aunque para amar, a veces es necesario desconocerse, desaparecer, pisar en terrenos desconocidos, apostar. Es la única forma de sentirse un ser auténtico. Aquí la fórmula sería: “este vacío no se llena y no me importa porque me hace desear estar con la persona amada”. En la búsqueda de la felicidad comprando cosas, uno puede “lookearse”, es decir, formar una imagen, hacerse de una imagen. Cuando nos queremos dar cuenta, la imagen acapara tanto la escena que nada de lo que se compre alcanza para encontrar la tan pretendida felicidad y hasta nos aleja de quien bien podríamos amar.
Es que, aquel ser auténtico, ser del amor, que ama, ha sido tapado por accesorios descartables. Son hermosas frutas por fuera y por dentro habita la mosca del mediterráneo.
Gabriel Ciccone
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