I. La vida es amable y buena. No amargue usted la suya y la ajena con palabras descorteses o con actitudes desapacibles.
II. Todo ciudadano está obligado a tratarlo a usted con cortesía. Si alguno falta a este deber, no lo imite: contéstele con dignidad pero con calma, anote su nombre y comuníquelo a su superior.
III. Una mala palabra, un gesto inamistoso, arruinan el día suyo y el del otro.
IV. Muchas veces usted tendrá que decir: No. Siga entonces estas dos reglas: Explique los motivos de la negativa y hágalo en forma pausada y suave.
V. Otras veces usted dirá Sí. Haga este Sí más agradable con una actitud placentera o con una palabra amable.
VI. Recuerde siempre: Usted es un servidor del pueblo. El pueblo paga el salario de usted y tiene derecho a ser servido de buen grado y con buenos modales.
VII. No olvide usted nunca que todas las obras y dependencias del municipio son del pueblo, que el pueblo las sostiene y que usted no es sino un servidor.
VIII. Usted tiene que resolver muchos problemas o casos y atender a muchas gentes, pero cada ciudadano que se acerca a usted no piensa sino en sí mismo, en su problema o en su caso. Atiéndalo usted como si no tuviera sino ese caso y ese problema. Esto le proporcionará a usted bienestar y dejará al otro satisfecho.
IX. No levante nunca la voz ni ofrezca un semblante irritado o desapacible. La gente aprenderá a respetarlo si usted habla y obra sencilla y suavemente.
X. Todos los ciudadanos son iguales. No haga usted distinciones por motivos políticos, sociales, raciales o económicos. Sólo puede usted hacer distinciones para extremar la cortesía y la amabilidad con los débiles y los humildes.Y dice la oración final: “Estos mandamientos se resumen en uno: Trate usted al público como quisiera que lo trataran a usted”.
(¿Cabe alguna duda de que en la sala de recepción de las compañías debería existir algo semejante, labrado en piedra?)
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