Conocí a una persona hace años. Vivía en una ciudad metrópoli. Con el tiempo logramos una amistad importante. Después de un tiempo nos vimos en un “café” y en una peculiar conversación le pregunté cómo se defendía de las preocupaciones. Me contó una historia tan alentadora que nunca olvidaré.Yo solía preocuparme mucho, me dijo, pero un día cuando iba caminando por una avenida principal vi un espectáculo que desvaneció todas mis preocupaciones. Todo sucedió en diez segundos, pero, en ese tiempo, aprendí acerca de cómo se debe vivir más de lo que había aprendido en mis últimos veinte años de vida. Durante dos años, había tenido un negocio. No solamente había perdido todos mis ahorros, sino que había contraído deudas cuya liquidación me exigió siete años. Mi negocio se había cerrado el sábado anterior y ahora iba en busca de un préstamo al banco principal de la ciudad. Era un hombre vencido, había perdido mi espíritu de lucha y mi fe. En esto vi que venía por la calle un hombre sin piernas. Estaba sentado en una plataforma de madera equipada con ruedas de patín. Se empujaba con los bloques de madera que llevaba en cada mano. Lo vi en el momento en que había cruzado la calle y trataba de subir el escalón de unos cuantos centímetros de la acera. Cuando inclinaba su plataforma de madera para formar el ángulo apropiado, sus ojos se encontraron con los míos. Me saludó con una amplia sonrisa. “Buenos días, señor. Linda mañana, ¿No es así?”. Al contemplarlo comprendí qué rico era yo. Tenía dos piernas, podía caminar. Me avergoncé de la compasión que yo mismo me había inspirado. Me dije que, si aquel hombre podía ser feliz y animoso sin piernas, yo lo podía ser con ellas. Sentí cómo mi pecho se ensanchaba. Había proyectado pedir al banco tres millones. Pero, ahora, tuve el valor de pedir diez millones. Obtuve el préstamo y con el tiempo mi negoció caminó muy bien.Ahora, tengo colocadas en el espejo de mi cuarto de baño las siguientes palabras que leo todas las mañanas al afeitarme:“Tuve aflicción por no tener zapatos hasta que vi a quien no tenía pies”Aproximadamente un noventa por ciento de las cosas de nuestras vidas están bien y un diez por ciento mal. Si queremos ser felices, todo lo que debemos hacer es concentrarnos en el noventa por ciento que está bien y pasar por alto el diez por ciento restante. Si queremos estar preocupados y amargados y acabar con úlceras de estómago, todo lo que debemos hacer es concentrarnos en el diez por ciento que está mal y pasar por alto lo demás.Jonatahn Swift, autor de los “Viajes de Gulliver”, era el más devastador de los pesimistas de la literatura inglesa. Lamentaba tanto haber nacido que ayunaba y llevaba luto cuando cumplía años; sin embargo, en medio de su desesperación, el supremo pesimista, alababa el gran poder curativo de la alegría y la felicidad. Declaró: “Los mejores médicos del mundo son el Doctor Dieta, el Doctor Quietud y el Doctor Alegría”.Usted y yo podemos obtener los cuidados del “Doctor Alegría”, de modo gratuito y a todas las horas del día, fijando nuestra atención en todas las increíbles riquezas que poseemos, en riquezas que exceden con gran diferencia de los fabulosos tesoros de Alí Babá.¿Vendería usted sus ojos por mil millones de bolívares? ¿Qué pediría usted por sus dos piernas? ¿O por sus dos manos? ¿Por su oído? ¿Por sus hijos? ¿Por su familia? Sume todas las partidas y verá que no vendería lo que posee por todo el oro que hayan acumulado los “Rockefeller”, los Ford y los Morgan juntos.
¿Es que sabemos apreciar todo esto? ¡Ah, no! Como dijo Schopenhauer, “Raramente pensamos en lo que tenemos, sino siempre pensamos en lo que nos falta”. La tendencia a lo segundo es la mayor tragedia del mundo. Proba-blemente ha causado más miserias que todas las guerras y enfermedades de la historia. Logan Pearsall Smith concentró mucha sabiduría en unas cuantas palabras cuando dijo: “Hay dos cosas que deben perseguirse en la vida: La primera es conseguir lo que se quiere; tras esto, disfrutar de ello. Sólo los más sabios logran lo segundo”.Fuente: Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida. Dale Carnegie. Editorial Suramericana.
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