"No te van a querer ni los perros", era la frase que ella siempre usaba
para retar a sus hijos cuando se portaban mal. Primero, venía el
pellizcón, y después, como de remate, esta frase punzante, aguda.
Seguramente, si le preguntan, ella los educó con amor. Y en nombre del
amor, dijo frases como estas...
"¿Quién quiere otro choripán?",
preguntó Carlos en el cumple de su hija. Ella estaba festejando sus 19 y
él se había ofrecido de asador. "¿Quién quiere otro choripán?",
insistió. "Vos no, mi amor, que estás muy gorda", fue la frase que
disparó delante de todos sus amigos. Ella se puso roja de vergüenza, un
nudo enorme le cerró la garganta y no comió más. Se levantó despacio y
la soledad de su cuarto adolescente fue el mejor refugio hasta la
madrugada del día siguiente. El padre murió preguntándose qué hizo mal
esa noche.
"Vamos, no seas mariquita", le dijo su profesor de
natación cuando él –que en ese momento tenía 6 años– pidió una toalla al
salir de la pileta porque tenía frío. Y todos sus amigos empezaron a
reírse. "Mariquita, mariquita", le gritaron. Y el profesor, lejos de
hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar.
"Sos un
elefante dentro de la clase", le dijo su profesora de Dibujo el primer
día del primer año del secundario. Ella venía de un primario impecable,
donde Dibujo era su materia preferida. Y era, para hacer honor a la
verdad, una joven promesa. Ese año, se llevó Dibujo a diciembre. Volvió a
dibujar 28 años después, cuando –terapia mediante– descubrió cuánto la
había inmovilizado esa frase.
El Perito Moreno fue el lugar
elegido para festejar sus 10 años de casados. Caminata por el glaciar,
todos los turistas en hilera para no resbalarse. Ella iba delante; él,
detrás. "Tu culo me tapa todo el sol", fue la frase que eligió él para
hacer un chiste. Y no entendió por qué esa noche ella se encerró en el
baño a llorar.
Son frases que no te matan, pero te marcan para
toda la vida. Frases de mierda. No importa cuántas horas de terapia le
dediques a deshacerlas, ellas están ahí... rondando, para reaparecer sin
previo aviso. Son frases que, cuando las contás, te parece que estás
exagerando, que no pudieron ser así, que quizá las recordás mal...
Entonces descubrís la crudeza de esas palabras.
Lo bueno es que
un día, porque ese día –créanme– finalmente llega, te sacas uno por uno
todos los puñales que te clavaron en el cuerpo y en el alma, te haces un
sana, sana, colita de rana y descubrís que no fueron dichas con odio,
que los responsables de escupirnos tamañas frases son seres que cargan, a
su vez, con otras frases. Y entonces llega el perdón. Y perdonamos. Más
adelante –bastante más adelante– viene la compasión. Es ahí cuando
volvemos a sentirnos felices, con ganas de caminar sobre el Perito
Moreno más allá del tamaño de nuestro culo, de nadar y gritar: "Tengo
frío, tráeme una toalla", de hacer una lista con toda la gente que te
quiere. Porque no solamente te quieren los perros...
Tratemos de
pensar antes de hablar... ya que las PALABRAS QUE DUELEN tardan muchos
años en salir del corazón del otro, y hasta a veces no salen... No
perdamos tiempo con los que queremos, porque perdonar lleva mucho
tiempo...
PENSEMOS ANTES DE HABLAR... TRATEMOS DE NO HERIR EL CORAZÓN DE LOS QUE MAS AMAMOS...
PALABRAS DE AMOR, ALEGRAN EL CORAZÓN.
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