El amor modifica
nuestro cerebro. Diversos estudios han demostrado que, cuando las personas
están profundamente enamoradas, sienten el amor en sus cuerpos y en sus mentes,
están más motivadas, tienen mejor capacidad para enfocar su atención y reportan
ser más felices.
El amor activa sistemas
de recompensa del cerebro y desactiva los circuitos cerebrales responsables de
las emociones negativas y de la evaluación social. Esto podría explicar por qué
nos sentimos muy felices con el mundo –y sin miedo de lo que podría salir mal–
cuando estamos enamorados.
¿Por qué nos enamoramos de una
determinada persona y no de otra?
Innumerables investigaciones psicológicas demuestran
lo decisivo de los recuerdos infantiles -conscientes e inconscientes-. La
llamada teoría de la correspondencia puede resumirse en la frase: "cada
cual busca la pareja que cree merecer".
Parece ser que antes de que una
persona se fije en otra ya ha construido un mapa mental, un molde completo de
circuitos cerebrales que determinan lo que le hará enamorarse de una persona y
no de otra. El sexólogo John Money considera que los niños desarrollan esos
mapas entre los 5 y 8 años de edad como resultado de asociaciones con miembros
de su familia, con amigos, con experiencias y hechos fortuitos. Así pues antes
de que el verdadero amor llame a nuestra puerta el sujeto ya ha elaborado los
rasgos esenciales de la persona ideal a quien amar.
La química del amor es una expresión
acertada. En la cascada de reacciones emocionales hay electricidad (descargas
neuronales) y hay química (hormonas y otras sustancias que participan). Ellas
son las que hacen que una pasión amorosa descontrole nuestra vida y ellas son
las que explican buena parte de los signos del enamoramiento.
Cuando encontramos a la persona
deseada se dispara la señal de alarma, nuestro organismo entra entonces en
ebullición. A través del sistema nervioso el hipotálamo envía mensajes a las
diferentes glándulas del cuerpo ordenando a las glándulas suprarrenales que
aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina
(neurotransmisores que comunican entre sí a las células nerviosas).
Sus efectos se hacen notar al
instante:
·
El corazón
late más deprisa (130 pulsaciones por minuto).
·
La presión
arterial sistólica (lo que conocemos como máxima) sube.
·
Se liberan
grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
·
Se generan
más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente
sanguínea.
Muchos de los
sentimientos y comportamientos relacionados con el amor están vinculados con
mecanismos surgidos para mejorar nuestras posibilidades de supervivencia y
esconden impulsos muy poco románticos.
El poeta John Keats
acusaba al científico Isaac Newton de destruir toda la poesía que encerraba un
arcoíris al explicarlo con ciencia y es posible que haya quien piense que
sucede lo mismo con el amor. El biólogo británico Richard Dawkins, sin embargo,
afirma que en realidad la ciencia descubre la poesía oculta en los patrones de
la naturaleza.
1. El origen de la monogamia está en el
miedo y la violencia
El amor romántico
siempre ha tenido portavoces poderosos que le han ayudado a mantener su
prestigio pese a las evidencias. En El banquete, compuesto hace 24 siglos, Platón citaba a
Aristófanes narrando la historia de la que, probablemente, surge el mito de la
media naranja. Según el cómico griego, en un tiempo remoto los humanos eran
seres esféricos, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros. Aquellos
individuos se dividían en tres tipos: el varón doble, la mujer doble y los
seres andróginos que incluían las características de un hombre y una mujer.
Tras uno de aquellos
rifirrafes clásicos entre humanos y dioses, tan útiles para enseñar a la gente
que no conviene enfrentarse a los superiores, Zeus castigó a los pobres
mortales partiéndolos en dos. Desde entonces, contaba Aristófanes, cada mitad
buscaba a la otra para fundirse en un abrazo y retornar a aquella plenitud
originaria. La idea ha sobrevivido al paso de los milenios y sigue muy presente
en la cultura popular. “Te
amo… Tú me completas”, le decía un arrobado Tom Cruise a
Renée Zellweger al final de la película Jerry Maguire.
La ciencia también
trata de explicar por qué acabamos deseando vivir con una sola pareja hasta que
la muerte nos separe, pero la historia que está reconstruyendo es mucho menos
“romántica”. Dos estudios aparecidos el verano pasado en Science y PNAS, dos de las
revistas científicas más prominentes, ofrecían dos posibilidades para
justificar la aparición de algo tan raro entre los mamíferos como la monogamia.
El primer trabajo,
elaborado por investigadores de la Universidad de Cambridge y publicado en Science, lo atribuía a una estrategia de marcaje
individual. En grupos en los que los animales están muy dispersos (aunque nunca
tan dispersos como en una ciudad de millones de habitantes como Madrid o
México), la única forma de asegurarse una hembra con la que tener hijos y de
ahuyentar a otros machos que pongan en duda la legitimidad de esa descendencia
es no separarse nunca de la pareja. Ese “no puedo estar sin ti”, que tan
romántico suena en decenas de canciones, adquiere a la
vista de los resultados de la gente de Cambridge un tono mucho más pragmático
tras el que subyace la desconfianza atávica en la fidelidad femenina.
El segundo estudio,
publicado en PNAS, ofrecía una explicación aún
más terrible. Los machos dejaron los rollos de una tarde para quedarse siempre
junto a la misma hembra por miedo a que asesinasen a sus crías. Este temor
tiene su base en que, mientras duran la gestación y la lactancia, las hembras
no entran en celo y no son receptivas a otros machos. Una solución radical para
los machos que quieran hacer accesibles a esas hembras es matar a sus pequeños.
El equipo de investigadores, liderado por Christopher Opie, del Departamento de
Antropología del Colegio Universitario de Londres, considera que la
colaboración en el cuidado de los hijos que se observa entre los humanos (y el
resto de parafernalia en torno a las relaciones de pareja) fue un efecto
secundario de esta estrategia surgida del miedo.
2. La poción del amor puede estar cerca,
pero tendrá efectos secundarios
Algunos estudios han
mostrado que la oxitocina, una hormona que se libera en momentos como el parto
o las relaciones sexuales, puede tener efectos muy benéficos sobre nuestro
carácter. Aceptar mejor a los otros, ser padres más comprometidos o hacernos más extrovertidos estarían entre
las virtudes de este elixir del buen rollo. En 2009, el investigador Larry
Young, de la Universidad de Emory, en Atlanta, planteaba incluso la posibilidad
de que el conocimiento de los efectos de la oxitocina permitiese el diseño de
una píldora del amor. En una declaración que pondría de acuerdo a poetas y
letristas de bachata para contratar a un sicario que acabase con su existencia,
Young afirmaba que “es posible que pronto los biólogos sean capaces de reducir
a una cadena de sucesos bioquímicos ciertos estados mentales relacionados con
el amor”.
Sin embargo, estudios
recientes indican que esta hormona, que también está relacionada con la monogamia,
puede tener efectos secundarios si se emplea en gente sana. En un estudio que
publicaron en enero de este año en la revista Emotion, investigadores
de la Universidad Concordia de Canadá mostraban cómo cuando se daba
oxitocina a gente sin problemas psicológicos o de relaciones sociales, estas
personas se volvían excesivamente sensibles a las emociones ajenas. La hormona
del amor se convertiría así en la hormona de la paranoia. Gestos
insignificantes de la pareja o del jefe se convertirían así en un signo de que
ya no nos quieren o de que es necesario que empecemos a actualizar el
curriculum.
En otro estudio hecho público unos meses antes en la revista Nature
Neuroscience, científicos de la Universidad del
Noroeste (EEUU) sugerían que la oxitocina, un poco como el amor, tiene dos
caras. Aunque muchos ensayos la relacionan con una reducción del estrés y un
incremento del bienestar, también puede estar detrás de que algunas experiencias
traumáticas, como ser acosado en la escuela o abandonado por una pareja, sigan
estando muy presentes pese al paso del tiempo. Es posible que Freddy Mercury
tuviese razón cuando cantaba que demasiado amor te matará.
3. Cuando das un beso te estás sometiendo
a un examen
Es probable que los
letristas de bachata que pondrían bote para silenciar a Larry Young tampoco
escatimasen en la aniquilación de los investigadores de la Universidad de Oxford Rafael
Wlodarski y Robin Dunbar. En un artículo que publicaron en octubre de 2013 en
la revista Archives of Sexual Behavior, convirtieron
el acto romántico y misterioso del beso en algo más parecido a unas oposiciones a técnico de la administración civil.
En su planteamiento,
ya perverso de partida, trataban de explicar por qué pudo aparecer un
comportamiento aparentemente absurdo y potencialmente peligroso. Para empezar,
hicieron una clasificación de los individuos que pueden ser más selectivos a la
hora de elegir pareja. Entre hombres y mujeres, la respuesta parecía clara.
Ellos las parasitan a ellas haciéndolas cargar durante nueve meses con su
material genético en un trato desigual que se prolonga durante la lactancia.
Para compensar, ellas se habrían vuelto más selectivas con los machos de los
que se rodeaban, tratando de favorecer a aquellos que más inclinación mostrasen
a ayudar en la laboriosa crianza de un bebé humano.
En segunda posición de
exquisitez a la hora de seleccionar a la pareja se colocaron a los hombres y
mujeres que se consideran más atractivos a sí mismos y a quienes suelen tener
más sexo sin compromiso, dos grupos que, según algunos estudios, suelen ser más
selectivos.
La encuesta comprobó
que, en general, las mujeres valoran más los besos que los hombres y que las
personas atractivas de ambos sexos también los tienen en mayor estima que
quienes no se ven tan apetecibles o casi nunca tienen sexo sin compromiso. Esta
conjunción entre los individuos más selectivos escogiendo sus parejas y el gusto
por los besos hizo concluir a Wlodarski y Dunbar que existe una relación entre
el beso y el proceso de selección de pareja.
En otro trabajo que
tampoco les hará ganarse el afecto de los compositores de bachatas, estos dos
mismos individuos comprobaron que la menstruación cambia el sabor de los besos
en la boca. Por un lado, durante la etapa del ciclo menstrual en la que
las mujeres tienen más posibilidades de quedarse embarazadas valoran más los
besos que en la etapa en que las probabilidades de embarazo son
menores. Estudios anteriores habían observado que las mujeres en esa misma
etapa buscan hombres más masculinos, socialmente dominantes y con rostros
simétricos, todas señales de que el macho tiene genes de calidad. Esa elección,
no obstante, tiene una contrapartida importante, porque todos esos rasgos se
relacionan también con la infidelidad y una menor preocupación por los hijos.
Quienes teman que,
como decía Keats sobre el arcoíris, la ciencia acabe con la poesía del amor,
pueden encontrar cierto consuelo en saber que la investigación también nos ha
enseñado algunos resortes que ponen coto al raciocinio en temas amorosos.
Cuando unimos nuestros labios a los de la persona deseada, se desprende
serotonina, en un proceso que tiene similitudes con el observado en personas
con trastorno obsesivo compulsivo, o dopamina, una sustancia adictiva que puede
estar detrás del insomnio o la falta de apetito que sufren algunos enemorados. Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: que está borracho y que está enamorado
Antífanes -388-311 a. C.-, comediógrafo griego
Los síntomas del enamoramiento que
muchas personas hemos percibido alguna vez, si hemos sido afortunados, son el
resultado de complejas reacciones químicas del organismo que nos hacen a todos
sentir aproximadamente lo mismo, aunque a nuestro amor lo sintamos como único
en el mundo.
Ese estado de "imbecilidad
transitoria", en palabras de Ortega y Gasset, no se puede mantener
bioquímicamente por mucho tiempo.
No hay duda: el amor es una enfermedad. Tiene su propio rosario de
pensamientos obsesivos y su propio ámbito de acción. Si en la cirrosis es el
hígado, los padecimientos y goces del amor se esconden, irónicamente, en esa
ingente telaraña de nudos y filamentos que llamamos sistema nervioso autónomo.
En ese sistema, todo es impulso y oleaje químico. Aquí se asientan el miedo, el
orgullo, los celos, el ardor y, por supuesto, el enamoramiento. A través de
nervios microscópicos, los impulsos se transmiten a todos los capilares,
folículos pilosos y glándulas sudoríparas del cuerpo. El suave músculo
intestinal, las glándulas lacrimales, la vejiga y los genitales, el organismo
entero está sometido al bombardeo que parte de este arco vibrante de nudos y
cuerdas. Las órdenes se suceden a velocidades de vértigo: ¡constricción!,
¡dilatación!, ¡secreción!, ¡erección! Todo es urgente, efervescente,
impelente... Aquí no manda el intelecto ni la fuerza de voluntad. Es el reino
del siento-luego-existo, de la carne, las atracciones y repulsiones
primarias..., el territorio donde la razón es una intrusa.
Hace apenas 13 años que se planteó
el estudio del amor como un proceso bioquímico que se inicia en la corteza
cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino, dando lugar a
respuestas fisiológicas intensas.
El verdadero enamoramiento parece
ser que sobreviene cuando se produce en el cerebro la FENILETILAMINA, compuesto
orgánico de la familia de las anfetaminas.
Al inundarse el cerebro de esta
sustancia, éste responde mediante la secreción de dopamina (neurotransmisor
responsable de los mecanismos de refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad
de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer),
norepinefrina y oxiticina (además de estimular las contracciones uterinas para
el parto y hacer brotar la leche, parece ser además un mensajero químico del
deseo sexual), y comienza el trabajo de los neurotransmisores que dan lugar a
los arrebatos sentimentales, en síntesis: se está enamorado. Estos compuestos
combinados hacen que los enamorados puedan permanecer horas haciendo el amor y
noches enteras conversando, sin sensación alguna de cansancio o sueño.
El affair de la feniletilamina con
el amor se inició con la teoría propuesta por los médicos Donald F. Klein y
Michael Lebowitz del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, que sugirieron que
el cerebro de una persona enamorada contenía grandes cantidades de
feniletilamina y que sería la responsable de las sensaciones y modificaciones
fisiológicas que experimentamos cuando estamos enamorados.
Sospecharon de su existencia
mientras realizaban un estudio con pacientes aquejados "de mal de
amor", una depresión psíquica causada por una desilusión amorosa. Les
llamó la atención la compulsiva tendencia de estas personas a devorar grandes
cantidades de chocolate, un alimento especialmente rico en feniletilamina por
lo que dedujeron que su adicción debía ser una especie de automedicación para
combatir el síndrome de abstinencia causado por la falta de esa sustancia.
Según su hipótesis el, por ellos llamado, centro de placer del cerebro comienza
a producir feniletilamina a gran escala y así es como perdemos la cabeza, vemos
el mundo de color de rosa y nos sentimos flotando.
Es decir
LAS ANFETAMINAS NATURALES TE PONEN A CIEN.
El 50% de las mujeres entrevistadas
para el libro Por qué necesitan las mujeres del chocolate confesó
que elegiría el chocolate antes que el sexo. Hay quienes al chocolate lo llaman
EL PROZAC VEGETAL.
En una de las aventuras de Charlie
Brown se puede leer "una buena manera de olvidar una historia de
amor es comerse un buen pudin de chocolate".
Su actividad perdura de 2 a 3 años,
incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica decae. La fase de
atracción no dura para siempre. La pareja, entonces, se encuentra ante una
dicotomía: separarse o habituarse a manifestaciones más tibias de amor
-compañerismo, afecto y tolerancia-. Dos citas muy interesantes son:
El amor es como la salsa mayonesa:
cuando se corta, hay que tirarlo y
empezar otro nuevo.
empezar otro nuevo.
Enrique Jardiel Poncela.
El amor es como Don Quijote: cuando
recobra el juicio es para morir.
Con el tiempo el organismo se va
haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y toda la locura de la
pasión se desvanece gradualmente, la fase de atracción no dura para siempre y
comienza entonces una segunda fase que podemos denominar de pertenencia dando
paso a un amor más sosegado. Se trata de un sentimiento de seguridad, comodidad
y paz. Dicho estado está asociado a otra DUCHA QUÍMICA. En este caso son las
endorfinas -compuestos químicos naturales de estructura similar a la de la
morfina y otros opiáceos- los que confieren la sensación común de seguridad
comenzando una nueva etapa, la del apego. Por ello se sufre tanto al perder al
ser querido, dejamos de recibir la dosis diaria de narcóticos.
Para conservar la pareja es necesario
buscar mecanismos socioculturales (grata convivencia, costumbre, intereses
mutuos, etc.), hemos de luchar por que el proceso deje de ser solo químico. Si
no se han establecido ligazones de intereses comunes y empatía, la pareja, tras
la bajada de FEA, se sentirá cada vez menos enamorada y por ahí llegará la
insatisfacción, la frustración, separación e incluso el odio.
Parece que tienen mayor poder
estimulante los sentimientos y las emociones que las simples substancias por sí
mismas, aquellos sí que pueden activar la alquimia y no al sentido contrario.
Un estudio alemán ha analizado las
consecuencias del beso matutino, ése que se dan los cónyuges al despedirse
cuando se van a trabajar. Los hombres que besan a sus esposas por la mañana
pierden menos días de trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de
tráfico, ganan de un 20% a un 30% más y viven unos ¡cinco años más! Para Arthur
Sazbo, uno de los científicos autores del estudio, la explicación es sencilla:
"Los que salen de casa dando un beso empiezan el día con una actitud más
positiva".
Es cierto, no podemos negarlo, es un
hecho científico que existe una química interna que se relaciona con nuestras
emociones y sentimientos, con nuestro comportamiento, ya que hasta el más
sublime está conectado a la producción de alguna hormona.
No hay una causa y un efecto en la
conducta sexual, sino eventos físicos, químicos, psíquicos, afectivos y
comunicacionales que se conectan de algún modo, que interactúan y se afectan
unos a otros.
Existe, sí, una alquimia sexual,
pero se relaciona íntimamente con los significados que le damos a los
estímulos, y éstos con el poder que les ha concedido una cultura que, a su vez,
serán interpretados por cada uno que los vive de acuerdo con sus recursos
personales y su historia. Esperemos que estos estudios en un futuro nos
conduzcan a descubrir aplicaciones farmacológicas para aliviar las penas de
amor.
Espero que una vez leído este
artículo no le digas a tu pareja después de hacer el amor: "he
tenido una sensación sumamente agradable producto del aumento de testosterona y
la disminución consiguiente de serotonina", entre otras cosas porque los
estrangularía.
Para terminar otras interesantes citas:
Para terminar otras interesantes citas:
Dicen que el hombre no es hombre
mientras no oye su nombre
de labios de una mujer.
de labios de una mujer.
Antonio Machado
El amor es ciego, el matrimonio le
devuelve la vista.
Autores: Facundo Manes, Daniel Mediavilla y Francisco
Muñoz de la Peña Castrillo
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