Las primeras evidencias
del género Homo (que incluye al hombre actual y sus
antepasados homínidos) provienen del este de África hace unos 2.3 millones de
años. Estas criaturas se distinguían de otros homínidos anteriores por su
morfología dental y por contar con cerebros más grandes, entre otras
características. Asimismo, con el género Homo se inicia una
etapa en la aparece la construcción de instrumentos líticos. Probablemente,
esta capacidad, que implica una representación mental de la potencial utilidad
del instrumento, fue posible gracias al mayor volumen cerebral de estos homínidos,
que se duplicó hace poco menos de dos millones de años y posteriormente se
triplicó hace unos 500.000 años. No obstante, no es hasta la aparición de
nuestra especie (Homo sapiens), que sucede en Europa al inicio del
Paleolítico Superior (hace unos 40.000 años), cuando emergen formas más
avanzadas de abstracción mental, representadas en las pinturas y grabados en
cuevas y abrigos, en las esculturas de bulto redondo y en la fabricación de
pequeños objetos transportables (arte parietal y mobiliar). Podemos decir que
el arte nace de la mano de nuestra especie. Los primeros grupos humanos
empiezan a desarrollar distintas manifestaciones artísticas en dos campos: el
naturalismo y la abstracción. Pero, ¿qué es lo que les llevó a los hombres y
mujeres del Paleolítico Superior a embarcarse en la tarea de elaborar obras de
arte? Algunos teóricos del arte han apuntado diferentes razones que nos pueden
ayudar a entender el surgimiento de las expresiones artísticas. Por ejemplo,
este tipo de manifestaciones podrían haberse constituido como un vehículo para
dejar constancia de la posición social de los autores en el grupo, podrían
haber cumplido una finalidad mágica orquestada para facilitar la caza o
promover la fecundidad, podrían haber fomentado la creación de instrumentos para
su intercambio entre grupos diseminados de cazadores, o simplemente ser un
mecanismo para imitar las formas naturales o expresar las emociones y las
experiencias interiores del autor. No obstante, el arte pudo nacer respondiendo
a algo más profundo, a un miedo y a una necesidad inherente del ser humano: el
miedo a lo desconocido y la necesidad de intentar plasmar lo inexplicable y lo
ignoto para hacerlo menos trascendente y para ayudar a dar sentido a la vida y
la existencia de una especie dotada de una arquitectura cerebral que
probablemente le permitiera tener conciencia de sí misma. El arte pudo nacer
como vehículo para plasmar lo metafísico y el pensamiento religioso, tan
presente en la historia y evolución de las sociedades humanas.
A partir del Paleolítico
inferior, el enterramiento de los muertos da testimonio de la importancia que
tiene el mundo espiritual y el manejo de conceptos abstractos en los homínidos
que ocuparon el viejo mundo. Independientemente de los fines utilitarios de las
prácticas funerarias intencionadas, algunos autores han sugerido que podrían
haber estado motivadas por atribuciones de tipo religioso, en el sentido de
facilitar el tránsito a otra vida. Si esto fuera así, sería necesario contar
con un cerebro organizado de tal forma que permitiera un pensamiento simbólico
bastante desarrollado.
Es necesario tener
presente que casi toda la trayectoria del ser humano se ha sucedido sin la
existencia de la escritura. En las sociedades ágrafas, el arte puede
constituirse como el principal elemento para representar el pensamiento
simbólico y puede ser nuestra más valiosa herramienta para explorar nuestro
pasado. A pesar que el arte mobiliar del Paleolítico se caracteriza por un
enorme conjunto de piezas de características fundamentalmente instrumental
(útiles, armas, adornos, etc.), aparecen numerosos objetos con carácter
religioso, entre los que destacan las esculturas, las plaquetas y los huesos
grabados. De todas formas, es el arte parietal (rupestre) el que más queda
vinculado a lo religioso. Al arte del Paleolítico le sucede el arte del
Neolítico de las primeras sociedades productoras. A partir de aquí, a lo largo
de la historia, el arte ha ido cambiando con las culturas, reflejando la
sociedad. Lo que está claro es que en la historia de la humanidad los fines
religiosos del arte no han estado reñidos con los utilitarios y estéticos en
tanto que una belleza sobrecogedora ayuda a asegurar la efectividad de lo
mágico y lo espiritual.
A pesar de que la
religión no prorrumpió originalmente como una adaptación biológica, las
creencias y las prácticas religiosas se pueden encontrar en todos los grupos
humanos. Algunos autores sugieren que estas podrían haber desempeñado un papel
de cardinal importancia en facilitar y estabilizar de la cooperación entre los
grupos humanos, pudiéndose convertir en un objetivo de la selección cultural.
Un hecho que apoya esta hipótesis es que los grupos religiosos parecen durar
más tiempo que los grupos no religiosos. De todas formas, a pesar de las
marcadas características diferenciales entre las distintas religiones que se
han dado lugar a lo largo de la historia de la humanidad, las personas no
parecen mostrar diferencias en cómo realizan juicios acerca de escenarios
morales o de contenido ético. Según algunos autores, esto podría indicar que la
religión surgió a partir de funciones cognitivas preexistentes que podrían
haber sido objeto de selección, generando un sistema diseñado de forma
adaptativa para solventar, entre otras cosas, el problema de la cooperación
entre personas genéticamente no relacionadas.
Dios visita a los
pacientes de epilepsia
Una experiencia
religiosa podría considerarse como un estado de actividad mental fisiológica
que es representado en el cerebro humano. En este sentido, la intensidad de las
experiencias religiosas se ha asociado con cambios en la actividad de varias
regiones cerebrales. Incluso algunos estudios han encontrado una relación entre
las experiencias religiosas y espirituales con la epilepsia del lóbulo temporal
medial.
En varios trabajos, se
ha medido la actividad cerebral durante experiencias místicas en las que las
personas señalaban que se encontraban en un estado de unión con Dios. Estos
trabajos han encontrado que son varias las regiones cerebrales y los sistemas
neurales que median los diferentes aspectos de las experiencias místicas. Esto
no nos debería sorprender, dado que este tipo de estados son muy complejos e
implican marcados cambios somáticos, viscerales, perceptivos, cognitivos y
emocionales. De esta forma, por ejemplo, la activación del lóbulo temporal
medial podría estar relacionada con la impresión subjetiva de contacto con una
realidad espiritual. Por otro lado, una región profunda del cerebro, denominada
núcleo caudado, se ha relacionado en muchos estudios con las emociones de
felicidad y con el amor. La activación de este núcleo durante las experiencias
místicas podría estar relacionada con los sentimientos de júbilo y amor
incondicional que se experimentan. Asimismo, una región de la corteza cerebral
denominada ínsula podría ser la responsable de las respuestas somáticas y
viscerales asociadas con estos sentimientos. La corteza prefrontal (regiones
medial y orbital), por su parte, sería la encargada de hacer consciente a la
persona de ese estado y de los sentimientos derivados del mismo y reportarle
una experiencia emocional placentera. Mientras que la activación de la corteza
parietal durante las experiencias místicas podría reflejar una modificación de
los esquemas corporales.
De todas estas regiones
cerebrales que se han relacionado con diferentes aspectos de la experiencia
religiosa, la actividad de una de ellas (la corteza frontal medial) parece
desempeñar un papel más nuclear. Se trata de una región muy importante para el
cumplimiento y la adecuación de las normas sociales, para los procesos de
autorreflexión y para la teoría de la mente, aspectos que podrían ser
prerrequisitos para mantener una actividad religiosa integrada.
Por otro lado,
experimentar una relación íntima con Dios también parece estar relacionado con
diferencias anatómicas. En este sentido se ha encontrado que hay una marcada
relación positiva entre este tipo de experiencias y el volumen cortical de la
circunvolución temporal media del hemisferio derecho.
Jean Francois Badoureau
/ CC
La conducta humana está
guiada por el sistema de creencias que tengamos. Desde un punto de vista
cognitivo, la asimilación de una creencia parece implicar dos fases. En primer
lugar se necesita una representación mental que hace que la creencia se
adquiera y en segundo lugar, se lleva a cabo un análisis que evalúa dicha
creencia y la pone en tela de juicio, ocasionando dudas sobre la misma. Una
región de nuestro cerebro, que está implicada en el procesamiento de la
información emocional y afectiva (la corteza prefrontal), parece ser crítica
para la fase de evaluación de la creencia. Recientemente, un grupo de
investigadores de la universidad de Iowa ha mostrado que la lesión de la zona
ventromedial de esta región cortical hace que los pacientes sean más
susceptibles a las creencias dogmáticas y muestren una tendencia al
autoritarismo y al fundamentalismo religioso. Estos datos guardan una íntima
relación con lo que sabemos sobre el desarrollo del cerebro. ¿Quién no se ha
dado cuenta de la facilidad que tienen los niños para creerse las cosas? Creer
en los Reyes Magos, en gnomos, elfos u otras criaturas mágicas es algo muy
vinculado a nuestra infancia. Resulta que la corteza prefrontal en niños se
encuentra desproporcionalmente inmadura en comparación con otras regiones
cerebrales. Esto podría explicar la predisposición de los niños a creerse las
cosas. Asimismo, también se ha demostrado que los niños en sus juicios morales
suelen mostrar gran deferencia al autoritarismo. Estos patrones de conducta se
van perdiendo a medida que la corteza prefrontal va madurando. No obstante,
durante la vejez el funcionamiento de la corteza prefrontal suele verse
comprometido, haciendo de las personas ancianas un blanco más fácil para el
engaño por su tendencia a creerse con más facilidad las cosas.
El sistema de creencias
religiosas presumiblemente interactúa con otros sistemas de creencias, con la
adquisición de los valores sociales y morales y nos ayuda a determinar la
selección de nuestras metas a largo plazo, el control de la propia conducta y
el equilibrio emocional.
Depresión y religión
Diferentes trabajos
científicos han encontrado una asociación inversa entre depresión y
religiosidad. Recientemente, un grupo de científicos de Columbia University de
Nueva York ha publicado un trabajo longitudinal que ha durado más de treinta
años. Estos autores han puesto de manifiesto que la importancia que la religión
tiene para las personas se relaciona con una corteza cerebral más gruesa en
diferentes regiones del cerebro (regiones occipitales y parietales de los dos
hemisferios, lóbulo frontal mesial del hemisferio derecho y las regiones
del cuneus y precuneus del hemisferio
izquierdo). Asimismo, este aumento en el tejido cerebral podría conferir a las
personas que tienen un riesgo familiar alto de sufrir depresión una mayor
resistencia a desarrollar la enfermedad. Dicho de otra manera, la importancia
que la religión tiene en la vida de una persona podría ayudar a aquellas
personas más vulnerables y predispuestas para desarrollar depresión,
proporcionándoles cierta resistencia neuroanatómica.
Química y genética de la
espiritualidad
En cuanto a la química
de la conducta religiosa, la mayoría de las investigaciones se han centrado en
dos sustancias que utilizan las neuronas para comunicarse: la dopamina y la
serotonina. Por ejemplo, respecto a la dopamina, distintos trabajos han
encontrado que los niveles cerebrales de esta sustancia se encuentran elevados
durante la vivencia de una experiencia religiosa intensa, pudiendo explicar
algunos cambios que se generan en la percepción de los estímulos sensoriales y
en la percepción del paso del tiempo que suele devenir muy rápido durante
dichas experiencias.
¿Qué nos pueden explicar
los genes de la espiritualidad y de la religión? Hay un gen, el DRD4, que está
implicado en mediar la neurotransmisión de la dopamina en la corteza cerebral.
Se ha podido comprobar que las personas que tienen en su ADN ciertas variantes
de este gen presentan conductas con rasgos antisociales, son atraídos por la
búsqueda de la novedad y del riesgo mientras que rehúyen de las convenciones
sociales y las causas prosociales. No obstante, otras variantes del mismo gen
podrían estar relacionadas con rasgos diametralmente opuestos. En esta línea,
un grupo de investigadores de la universidad de California ha encontrado que el
gen DRD4 interactúa con la religión para fomentar las conductas prosociales. Parece
ser que algunas variantes del gen pueden hacer más susceptibles a las personas
a las influencias del ambiente y la religión, por su parte, puede actuar como
una influencia del entorno que fomente la conducta prosocial. Se trataría de
una interacción entre genes y ambiente, en la que las personas con una
determinada susceptibilidad genética presentarían una mayor conducta prosocial
cuando se encuentren en un entorno que les promueva a ello. De forma añadida,
se ha visto que las personas que actúan prosocialmente porque esto les hace
sentirse bien, presentan una variante del gen que genera un mayor nivel de
dopamina en comparación con las personas que presentan otra variante y se
comportan de forma prosocial solo cuando el entorno les empuja a ello o les da
el contexto propicio para fomentar dicha conducta (como es el caso del contexto
religioso).
En definitiva, la
conducta religiosa es un fenómeno exclusivamente humano del que no se ha
encontrado un equivalente en otras especies animales. Se trata de algo
universal, en tanto que está presente en todas las culturas modernas y, por los
vestigios arqueológicos que disponemos, podemos decir que ha sido evidente en
todos los períodos de la historia y de la prehistoria. Desde diferentes
disciplinas se ha intentado explicar el origen de esta conducta. Por lo que se
refiere a la neurociencia cognitiva, durante los últimos años diversos
investigadores han intentado elucidar sus bases neurales, vinculando la
emergencia de la religión en nuestros ancestros con el desarrollo de diferentes
procesos cognitivos, como la cognición social y la representación simbólica,
que presumiblemente han derivado de la expansión de distintas regiones
cerebrales ubicadas en complejas redes neurales con nodos en zonas
prefrontales, parietales, temporales e incluso subcorticales.
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Para saber más:
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Fuente: http://www.jotdown.es/2014/02/en-que-cree-nuestro-cerebro-bases-neurofisiologicas-de-las-creencias-religiosas/
Publicado por Diego Redolar
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