Se puede decir que el acto de discutir es una acción
característica del ser humano. Toda persona en algún momento de su
historia lo hace con palabras, gritos o llantos como algunos elementos
participantes del episodio. Pero, ¿cómo se originan las peleas dialécticas?
¿Ante una mala cara? ¿Un malestar? ¿Una fea mirada? ¿La sangre hirviendo
por un detalle fuera de lugar? ¿Ante fallas en los mecanismos de contención o
impotencia de hallar las palabras apropiadas? Las razones pueden ser múltiples…
Discutir es comunicar y ayuda a conocerse; es una manera
de exponer la propia opinión o de estrechar relaciones como parte de la
convivencia, un fenómeno antídoto contra la monotonía. Sin embargo, también
conlleva un gran riesgo de ciertas enfermedades si la conducta se reitera con
asiduidad.
Desmenuzar la
química y la genética de las discusiones es un enigma que se mantiene. No
obstante, una investigación realizada
en la Universidad de Londres reveló que la red del cerebro activa al discutir es muy similar a la
delamor e identifica como áreas comunes a
la corteza prefrontal y al
sistema
límbico. Por su parte, la Universidad de Harvard publicó en el portal BiologicalPsychiatry (Psiquiatría
Biológica) la manera en que la corteza prefrontal lateral colabora en la
regulación de la emoción a través del lenguaje, la lógica, reglas sociales e,
incluso, religiosas, para controlar los excesosdopaminérgicos para
contrarrestar que las discusiones sean más constructivas y
menos impulsivas.
Si bien el enojo fomenta la competitividad, a la vez permite una
mejor interacción con el entorno y una adecuación firme en una sociedad con
hechos adversos; discutir ayuda a mantener la mente ágil, frena el deterioro
cognitivo, permite expresar sentimientos y resolver conflictos, según certifican
distintos investigadores.
Mantener una disputa dialéctica de vez en cuando y
resolver algún problema puede dar más años de vida. El Departamento de
Psicología de la Universidad de Michigan, a través de la revista Journal
of Family Communication, señala que en las parejas cuyos miembros se
“tragan la bronca” puede esperarse una muerte prematura. Por el contrario, en
las que manifiestan sus sentimientos y protestan para resolver los conflictos,
la longevidad es mayor. Para los autores ventilar los problemas y discutirlos
evita que la ira y el enojo, verdaderas emociones negativas, se conviertan en
impedimentos para manejar las emociones.
Hoy se discute sobre cualquier cosa -cada uno con un
estilo diferente- y mucho tiene que ver en la manera la diferencia de sexos.
Los hombres lo hacen de un modo y las mujeres de otros. Ellas tienen su táctica
para dejar el asunto de discusión de lado, cambian de tema o rompen a llorar y
allí termina todo; en cambio, los varones tienden a llegar a la agresión con
rapidez. Asimismo, las mujeres son más manipuladoras, presentan el problema y
perseveran sobre él sin ser concisas, mientras que los hombres se enojan, se
ponen a la defensiva muy rápido y luego se vuelven agresivos.
Sobre este aspecto un estudio de la Universidad de Washington
señaló que la calidad de la relación de pareja parece tener efectos en la
salud de sus miembros; una interacción equilibrada protege. Por el contrario,
una dinámica conflictiva, con pocos de intercambios gratificantes, da pie a
conflictos y reduce significativamente el atractivo por el otro. Sin duda,
discutir en exceso puede derivar en patologías como los trastornos de ansiedad,
depresión, malos hábitos, adicciones, etc. Por eso, resolver los problemas de
manera eficaz depende no solo de la actitud, sino también de la tonalidad y la
solución razonable.
Tiene mucho que ver la diferencia
fisiológica entre el hombre y la mujer en la organización cerebral y la
velocidad de maduración (mujeres a los 22 años; hombres aproximadamente a los
25 años) del
lóbulofrontal.
Esto supone diferencias biológicas. Además, en la mujer influye la acción de
los estrógenos, la mayor conexión neuronal y la estructura que une amboshemisferios
cerebrales (cuerpo calloso) que es 30% más grande y con mayor densidad de
células nerviosas, lo que asegura pronunciar a diario entre 25 mil y 32 mil
palabras, mientras que el hombre solo emite entre 12 mil y 15 mil palabras. O
sea, mientras ella explica, a veces hasta el cansancio, el hombre apenas
pronuncia algún monosílabo (¡esto no es una crítica, sino más bien envidia!).
El tono de una disputa depende a menudo de los niveles
hormonales de la mujer durante su ciclo, mientras los estrógenos la alteran, la
progesterona le induce un estado de sosiego y somnolencia.
El hombre
tiene algunas ventajas con el tamaño del tálamo, la
región vinculada con el inicio del deseo sexual y el control hormonal, lo que
permite que sus niveles de testosterona, aunque elevados, se mantengan estables
para evitar los desbordes.
La paradoja de la vida es que el hombre configurado para
la concordia por el peso de su cerebro, nivel de testosterona más estable y su
tálamo mayor, en la discusión llega más fácilmente a la violencia por
preponderancia de acción de la amígdala, solo doblegable al hecho de ser seres
sociales y ceder el mando en el momento apropiado, a partir del juicio y el razonamiento.
Por su parte, una mujer en plenitud tiene una estructura
más desarrollada como para encaminar una discusión, dirigiendo sus emociones
hacia una conversación fluida y astuta, con un lenguaje más elaborado.
El citado
estudio de Washington encontró en los participantes que presentaron mayor
actividad en la de Washington encontró en los participantes que presentaron mayor actividad en la corteza
prefrontal lateral mientras veían expresiones negativas de sus parejas en
distintas fotografías una menor probabilidad de reportar un humor negativo
durante el día siguiente a la discusión, lo cual indica que tuvieron una mejor
recuperación emocional después del conflicto. También indicó que aquellos
quienes manifestaron una mayor actividad en la corteza prefrontal lateral
tenían una mejor regulación emocional después de una discusión, con superior
control cognitivo en las pruebas de laboratorio, lo cual muestra un vínculo
entre la regulación de la emoción y más habilidades de control cognitivo.
Aún hay más trabajo por hacer para desarrollar
aplicaciones clínicas a partir de esta investigación, como por ejemplo que la
función de la corteza pre frontal lateral provea información sobre la
vulnerabilidad de una persona al desarrollar problemas del humor (estado de
ánimo) después de un evento estresante. De esto surge la pregunta de si
incrementar la función de la corteza prefrontal lateral mejoraría la capacidad
de regulación de la emoción.
Ciertas hipótesis antropológicas nos relacionan
con otras especies de mamíferos, aunque con los debidos matices evolutivos. El
macho discute violento, con muchos gestos y sugiriendo furia, mientras que en
la hembra la pelea implica defensa. Sean cuales fueran las directrices de una
discusión, lo cierto es que muchas veces las palabras son como latigazos y
dejan cicatrices abiertas, por lo que si la otra persona tiene baja autoestima
la reafirmará mucho más.
Según concluye Dr. Roberto Rosler, neurocirujano del
equipo de profesionales de Asociación Educar, “para contactarse y evitar las
discusiones es fundamental hablarle al cerebro pensante o al neocórtex, y no al
cerebro instintivo o al cerebro emocional. Intentar convencer a alguien que
está enojado o en tono desafiante es una tarea muy difícil, porque en esta
situación la corteza pre frontal no tiene el control necesario y cualquiera
bajo el impulso de sus instintos es una serpiente acorralada o un conejo
histérico. Para salir de esta situación con éxito dependemos enteramente de
llevar a esa persona desde el cerebro instintivo al neocórtex, rescatando al
cerebro del secuestro amigdalino que presenta”.
A diferencia de otras especies, los seres humanos,
a través del aprendizaje
social ―cerebro social―, contamos con una herramienta eficaz para
convertir una discusión en una oportunidad para aprender conductas y controlar
las emociones.
El silencio y la tolerancia extrema generan un alto riesgo de
estallar con furia en algún momento de la vida. Ambos conceptos son tan
negativos como la tiranía de querer imponer la razón
por encima del otro o utilizar gritos e insultos en
diatribas interminables sobre un tema puntual que
sólo conducirán a una lucha de poderes o una batalla de egos.
Una discusión ferviente no debe durar más de diez o
quince minutos, empleados como un momento de catarsis de la “calentura”
arrolladora que debemos “sacarnos” de encima. Después, es conveniente esperar.
Los intercambios en frío invitan a la elaboración de lo discutido y a la
reflexión pertinente. Siempre la posesión de la razón entorpece los hechos; un
recurso adecuado es ponerse por un instante en el lugar del otro e intentar
entender qué está pidiendo. Además, es aconsejable aceptar que siempre hay algo
por perder. Si queremos ganar siempre ya tendremos un problema grande de por sí
desde un comienzo.
A veces las controversias surgen por una necesidad
personal. Esto, detectado a tiempo y sin entrar en la pulseada, drenará por sí
solo, evitando una reyerta bizantina donde cada parte nunca llegará a probar
sus certezas.
Discutir con un objetivo saludable o al servicio de una
estrategia de continuidad de algún buen proyecto es muy bueno. Hacerlo para
pasar el tiempo debe evitarse porque implica debatir e
intercambiar ideas con un trasfondo de rabia, frustración, celos o envidia.
Es decir, saber discutir manteniendo la calma y la
moderación, seguros y sin necesidad de tener el poder es convertir el debate en
un punto de acercamiento para entender mejor al otro con el objetivo de
desarmarlo sin ejercer ningún poder.
Tal y como entendemos, en los intercambios nunca hay
ganador, pues los temas siguen quedando abiertos. Quien se considere victorioso
se dará cuenta de que se ha extralimitado y abierto en el otro una grieta, que
lejos de zanjar el asunto de la discusión, abrirá nuevos frentes perjudiciales
para la relación.
Las discusiones son positivas y producen resultados
sorprendentes si se llevan con cordura y respeto. En este sentido, la persuasión es un
proceso destinado a cambiar la actitud o el comportamiento de una persona o
grupo hacia algún evento, idea, objeto o persona, mediante el uso de palabras
para transmitir información, sentimientos, o el razonamiento, o una combinación
de estos.
El Dr. Roberto Rosler propone llevar a cabo lo que
denomina "ciclo de la Persuasión" e insiste en la necesidad de hablar
de una manera tal que movilice el cerebro pensante (neocortex), no el
instintivo o emocional, con la intención de hacerse comprender y lograr algo en
forma diferente a la empleada hasta el momento.
Según el neurocirujano es posible modificar los
pensamientos a través de la comunicación exitosa. Ésta siempre comienza con el
control de los propios pensamientos y emociones, puesto que el que no puede o
no sabe hacerlo, o no logra pensar con claridad, pierde la gran oportunidad por
incapacidad de un necesario autocontrol.
Para discutir sin imponer y lograr comprender existen
determinados caminos:
1. No descalificar a nadie. Intentar tratar el tema en
sí.
2. Escuchar los argumentos sin interrumpir para
entender el origen del conflicto y lograr una solución razonable.
3. Respetar la opinión del otro, sin burlarse de sus
ideas. Como somos únicos e irrepetibles, seguramente no pensaremos igual. Por
lo tanto, vivir en armonía exige considerar la diversidad.
4. Nunca aprovechar una discusión para sacar a relucir
cosas pasadas porque cambiará el sentido de la cuestión, sin aclararla.
5. Hablar sin gritar, midiendo el impulso y la falta
de paciencia.
6. No es válido hablar para arrinconar a otro que
puede ser más retraído o huya de los conflictos. Más bien fomente el diálogo,
ya que es fundamental no subestimar ni desmerecer con atropellos.
¡Recuerde! Antes de entrar una discusión,
pregúntese: ¿Por qué sucede? ¿Es para mejorar la relación? ¿O solo para
demostrar que la razón siempre está de nuestro lado?
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