Un día en el apartamento de una dama floreció un cactus; hasta ese momento ese cactus había estado prácticamente abandonado al borde de una ventana y de repente, floreció. ¡Qué extraño que crean que soy una amargada! — pensó la dama. Eso no es verdad, los cactus no florecen en casa de los amargados.
De camino al trabajo
y pensando en su cactus florecido la señora pisó por error
a un hombre que iba cerca de ella en el metro,
y cuando él le reclamó, ella no le grito palabras
ofensivas (como siempre solía hacerlo con las personas en el metro)
sino que lo miró y le sonrió diciéndo
—Perdóneme por favor, no tenía
de dónde agarrarme, si quiere píseme y quedamos iguales.
El hombre se tragó lo que
tenía pensando decirle, y luego, al bajar del metro
en la estación que necesitaba compró un periodico; en vez
de insultar a la vendedora por haberse equivocado al darle
el cambio, le dijo:
—No es nada, cuénte el dinero
otra vez, por favor. Por las mañanas tampoco me va bien con las
matemáticas.
La vendedora, que no esperaba semejante
reacción, se sintió bien y rato más tarde le regaló dos revistas
del mes pasado y una pila de periódicos viejos a un anciano
que era cliente frecuente y a quien le gustaba mucho leer
la prensa pero siempre compraba el diario más barato porque
no le alcanzaba para más. Está claro que la mercancía que
no se vende debe ser inventariada pero las reglas pueden ser burladas
de vez en cuando.
El anciano feliz llegó a su casa con
las revistas y los periódicos. Al encontrarse a la entrada
del edificio con la vecina de arriba, no le hizo
el escándalo de costumbre con respecto a su hijo mayor que
solía correr en el apartamento y no lo dejaba dormir;
mejor la miró y le dijo:
—¡Pero cómo ha crecido su hija!
No sé a quién se parece más, a usted
o a su marido, pero se nota que va a ser una
belleza.
La vecina
asombrada se despidió, llevó a la niña al preescolar
y se fue a su trabajo como recepcionista de una
clínica pública. Decidió no gritarle a la viejecita que había
pedido la cita para un día después y llegó sólo 24 horas
antes; en lugar de eso le dijo:
—No se sienta mal, yo también
a veces me olvido de las fechas, espéreme aquí sentada
y yo le pregunto al doctor si puede atenderla hoy.
La viejecita,
ya en consulta con el médico no le pidió que
le prescribiera las terapias que en realidad sabía que
no le ayudarían, y por eso no tuvo necesidad
de amenazarlo con denunciarlo ante todos los entes posibles
y de paso amargarle el día; ella suspiró y le dijo
—"Doctor ¿sabe qué? mejor recéteme algo para el dolor y que otra
persona tome las terapias, quizá a alguien le sirvan más,
yo ya estoy vieja. Disculpe usted que cada vez vengo
a molestarlo".
Cuando se dirigía a casa por
la noche, el doctor recordó de repente a esa ancianita
y sintió lástima por ella. Pensó que la vida con sus ires
y venires pasa muy rápido, por eso decidió detenerse
en el próximo supermercado, compró un ramo de flores, una
pastel con rosas de crema y se dirigió hacia el otro lado
de la ciudad. Llegó al edificio, subió al tercer piso
y tocó a la puerta.
—Pensé que no tenía sentido andar
peleando como si fueramos niños en una arenera. Te traje
un pastel pero por error puse mi portafolio encima
y se estropeó un poco, pero bueno, seguramente seguirá igual
de rico. También te compré flores pero no me di cuenta
que estaban un poco secas cuando las compré.
— No pasa nada, seguro que
florecen otra vez, —respondió su mamá—. Sigue y te cuento: hoy
me pasó algo muy simpático cuando me levanté por la mañana,
imagínate ¡mi cactus había florecido! y.....
Autor: Natalia
Volnistaya
No hay comentarios:
Publicar un comentario