Varios estudios confirman el “efecto de atracción por lo similar” por el que creamos una burbuja de homogeneidad de la que tendemos a excluir a quien son distintos a nosotros y tienen diferentes creencias, hábitos y actitudes.
En su más reciente contribución en Wired, Jonah Lehrer nos expone un interesante fenómeno de comportamiento humano que echa por tierra el supuesto bastante extendido entre nosotros de que “los opuestos se atraen”.
Se trata del “efecto de atracción por lo similar” (similarity-attraction effect) que, en términos generales, consiste en que como individuos tendemos a asociarnos con quienes son parecidos a nosotros y no, como reza el cliché, a los que se nos oponen diametralmente, sin importar el entorno cultural en que se formaron, una metrópoli o una tribu en el Amazonas.
En un estudio realizado por Paul Ingram y Michael Morris, psicólogos de la Universidad de Columbia, se reunió a un grupo de personas pertenecientes al ámbito financiero y de negocios, pidiéndoles que establecieran contacto con nuevas personas, haciendo hincapié en la necesidad de ampliar sus contactos sociales y conocer tantas personas como fuera posible. Los científicos monitorearon su actividad dándoles tarjetas con sus nombres en las que instalaron un dispositivo para escuchar sus pláticas.
Sorpresivamente, o no, los psicólogos encontraron que las personas tendían a interactuar con sus iguales: los inversores con los inversores, publicistas con publicistas, contadores con contadores, etc., buscando a aquellos que compartieran experiencias y conocimientos similares, con lo cual, dice Lehrer, “la pequeñez de su mundo social se refuerza”.
Pero esto no es exclusivo de las fiestas, antes bien, parece formar parte inherente de la manera en que nos insertamos en nuestra realidad social inmediata.
En otra investigación, esta vez realizada por psicólogos de la Universidad de Kansas, se quiso probar si la diversidad cultural nos mueve a revertir dicha tendencia, abriendo la posibilidad de establecer lazos con personas visiblemente distintas.
En el estudio los investigadores registraron las relaciones de los estudiantes de la mencionada universidad, cuya población ronda los 25,000 miembros, todos nativos de distintos estados de la Unión Americana, comparando después los datos con otros obtenidos de cuatro instituciones locales situadas en las zonas rurales de Kansas (con un promedio de 525 estudiantes como población). Asimismo, realizaron pequeños sondeos a parejas que departían en lugares públicos de las escuelas, preguntándoles señas generales como su edad, su grupo étnico, ideología política y su opinión sobre temas específicos como el uso de anticonceptivos o si ambos se habían embriagado juntos. Con las respuestas dadas los especialistas se hacían una idea de la personalidad del encuestado.
Y los resultados en este caso también fueron interesantes, pues parece ser que encontrarse en un entorno diverso no favorece la interacción social y, por el contrario, incrementa el “efecto de atracción por lo similar”. En vez de ensayar las posibilidades sociales que un vasto campus ofrece, los estudiantes buscaban el cobijo de las creencias, actitudes y costumbres afines, lo mismo en su posición frente al aborto que en sus aficiones deportivas.
“Nuestros antiguos instintos sociales nos llevan en una dirección equivocada, así que terminamos atrapados en una burbuja de homogeneidad”, comenta Lehrer, recalcando el cariz lamentable del asunto.
Fuente: pijamasurf.com
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