¿Por qué siempre emprendemos la misma clase de relaciones, o discutimos por las mismas cosas, o hacemos las cosas de una misma determinada manera...?
Todos nos manejamos con un repertorio de hábitos. Algunos de ellos son
necesarios, por ejemplo lavarnos los dientes, desayunar, etc. Sin embargo hay
otro tipo de hábitos, que pueden volverse un problema y hasta afectar nuestra
salud. Hay hábitos físicos, y hay otros muy importantes que son los
hábitos emocionales. Los vemos en los
demás, por ejemplo cuando frente a una situación determinada la persona
reacciona mecánicamente siempre igual, según lo indica su hábito.
El cerebro, vehículo de nuestra mente, es un órgano con
funciones complejas que recibe una gran cantidad de estímulos a los que debe
procesar y decidir qué hacer con ellos en cada momento. Una vez que el estímulo
se repite lo suficiente, el cerebro procede a
grabarlo en sus redes
neuronales, de manera que ya no tendremos que
pensar ante un estímulo similar, porque la respuesta surge de manera
automática.
En principio, esta
forma de aprender es muy útil, porque imagina, si cada vez que te tienes que
poner los zapatos, tuvieras que aprender cada movimiento para hacerlo… o, si
cada vez que pongas en marcha tus piernas para andar, tuvieras que estar
pendiente de un pie y luego del otro…, te calzas casi sin pensarlo, y caminas
sin siquiera darte cuenta, son acciones que en su momento se grabaron a fuerza
de repetición y ahora surgen de manera automática: automatismos.
Ahora bien, con respecto a los aprendizajes
automáticos por repetición, que son muy útiles en muchas ocasiones en la vida
diaria y nos apoyan en la adaptación al entorno, presentan el inconveniente que
en ocasiones hay respuestas “negativas” a estímulos “inofensivos”, y esto se
debe a las programaciones hechas en el pasado, tiñen las
experiencias en la vida adulta, ya que vemos el mundo a través del filtro de
nuestros condicionamientos.
Estos hábitos y formas de funcionar (creencias en el
merecimiento, en el deber, en cómo soy y cómo debo ser, en cómo me veo, etc.),
hacen que interprete la realidad en función de las experiencias pasadas.
Así surgen las “reglas” para
relacionarme con los otros, los apegos, las dependencias emocionales, y la
respuesta que espero de los demás tiene que coincidir con las expectativas que
grabé inicialmente, y entonces, creo que el mundo debiera ser de una manera
determinada, que la gente se debiera comportar del tal otra manera, y que las
situaciones deberían ser como yo quiero….etc.
Despertamos en los otros, la respuesta que se
corresponde con las creencias arraigadas. Así uno atrae de acuerdo a lo
que tiene grabado para “confirmar” ese sistema de creencias.
La clave, afirma tanto las neurociencias como la psicología
holística, estará en comenzar por reemplazar nuestras falsas
creencias, o la información errónea que ha quedado grabada en nuestro cerebro,
tanto acerca de nosotros mismos (imagen propia) como del mundo y de los demás.
Esto no solo es una posibilidad para mejorar nuestra calidad de vida… debe
transformarse en unanecesidad para que podamos vivir con más
plenitud y armonía.
Fuente: Aztlan blog
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