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En 1849, en Gloucester nacía William Ernest Henley en Gran Bretaña el poeta y
escritor que más de un siglo después inspiraría con sus sentidos versos a
Mandela a soportar física y espiritualmente los veintisiete años de
cárcel que este último padeció mayormente confinado dentro de los muros de
Robben Island durante el régimen segregacionista del Apartheid sudafricano.
Henley
y Mandela han pasado por vivencias terribles, situaciones devastadoras en
las que debieron sobrellevar sufrimientos, dolor, tristeza, desapegos. Ambos
convalecieron, y lograron salir con la mirada en alto de esos lúgubres túneles
esquirlados en que se les transformó la existencia. Los golpes que la
vida propinó a estos dos hombres -que nunca llegaron a conocerse personalmente-
habrían puesto de rodillas a cualquier avechucha humana débil e implorona
de consuelo.
Henley y Mandela ejemplifican el valor de la
soberanía espiritual, y nos legan un modelo de subjetividad capaz de
fortalecerse pese a todo horror, pese a la enorme vulnerabilidad en que nos
sumergen las arbitrariedades trágicas, pese a la amargura de las pérdidas...
pese a todo. Ambos pudieron amparar y proteger dentro de sí mismos una cierta zona
intocable. Esa zona interior, ese minimísimo punto de luz abriéndose paso en la
cerrazón del desamparo, ese "algo" fue el oasis que lograron
sustraerle al poder de las circunstancias adversas y fue lo que jamás
entregaron al dominio de nada ni de nadie. Siguieron siendo soberanos de sí pese
a padecer los atenazantes modos trágicos de un destino que se ensañaba con
ellos duramente. Como si se tratara de "pequeñosgrandes Ulises"
flotando entre los agitados y dispersos despojos de una nave abatida bajo la
furia de Poseidón, ellos también hallaron heroicidad conectados con ese
"algo" inconquistable que seguía respirando libertad y firmeza dentro
de su espíritu. Ese "algo" libre y sereno ha sido lo que justamente
los volvió "Invictus".
Ahondando en la poco conocida biografía del
inglés William Ernest Henley, sabemos que éste había nacido en 1849 en
Gloucester (Inglaterra) y fue educado en Crypt Grammar School. El
desdichado William supo desde muy jovencito lidiar con el sufrimiento, la
minusvalía, la dureza de la enfermedad y la voluntad de recuperación. Debió
sobreponerse a una severa tuberculosis artrítica cuyas secuelas lo mantuvieron
durante un año recuperándose en Edinburgh. Entre esas secuelas debió pasar, a
los 16 años, por la experiencia terrible de la amputación de una de sus piernas.
Mientras Henley trataba de salir adelante de su enfermedad y consecuencias
físicas irreversibles fue que comenzó a escribir poemas. Para esa misma época
se hizo amigo íntimo de Stevenson, al que su ausencia de pierna inspiró la
puesta en escena de John Silver “El largo”. Incluso ambos -Henley y Stevenson-
llegaron a escribir en dueto varias obras de teatro. Fue editor, crítico
literario y escritor. William Ernest Henley ha pasado a la historia de la
literatura como poeta, particularmente por un relevantísimo y tremendo
poema que estaba incluido en el que fue su último libro, “In Hospital”. “In
Hospital” reúne una serie de poemas que fueron publicados en el mismo año de su
muerte, la cual ocurrió cerca de Londres en 1903. En este último poemario (cuya
temática está basada en su propia experiencia como paciente internado
durante veinte meses entre 1873 y 1875 en el Old Infirmary de Edinburgh) se
encuentra “Invictus”, el cual había sido escrito por el propio Henley en
1875.
“Invictus” es un poema desgarradoramente sensible. Durísimo por momentos,
impresionantemente claroscuro.
Su intensidad parece, por instantes, querer manifestar la tension
ambivalente de un puño cerrado que golpea, y a la vez clama
esperanzadamente a los gritos por un porvenir mejor, abierto,
extendido en lo alto. Pero por sobre todo es un indiscutible poema que combina
la aflicción y la voluntad, un poema dramático, sí, pero “en lucha”, activo, y
que recuerda el valor fundamental que posee no perder la fuerza cuando la fuerza
misma parece que nos va abandonando. Henley canta a la potencia de ser. Y por
encima de todo, reinvindica que pese a toda pérdida, hay algo último y primero
que jamás debemos perder: el timón de sí mismo. Ser el amo de nuestra barca
siempre, aún en medio de la más arreciante de las tempestades.
Un poema para atravesar tormentas… y trascender tormentos.
Sus
versos cargados de dignidad invocan a la voluntad firme que debe hallar un
espíritu que se encuentra “tomado” por alguna situación vital cuya aspereza nos
impacta de una manera desoladora. Henley esculpe con letras mojadas en tinta de
sangre y lágrimas, el sentir de un alma dolorida y por momentos absolutamente
aplastada por circunstancias que no logra manejar ni controlar en modo alguno, pero
que sin embargo debe ponerse de pie como sea y enfrentar la
reconstrucción de su desbaratado destino. En sus versos, Henley junta (como si
se tratara de palabras-esferas de mercurio) sus propios pedazos de sufrimiento,
sus jirones biográficos, las piezas de sí a las que golpeadamente ha quedado
minimizada su identidad. Y se recuerda -como quien enuncia un juramento ante el
espejo invisible de su más íntimo sí mismo- que ninguna circunstancia lo
doblegará y que, finalmente, podrá imponer su erguida voluntad soberana
derrotando los dolores, dominando todo miedo, enfrentando como un nobilísimo
guerrero toda garra de soledad que hiera en medio del desnudo pecho, elevándose
ante todo ese inenarrable espanto de sentir que el horizonte se ha vuelto terca
oscuridad sin salida.
Henley hace germinar en su poema el destello de saberse poseedor de una
potencia salvífica propia, intrapersonal, individual y única la cual ha de
mantener despiertas cada día el ansia de libertad y la capacidad de
resistencia. Amar la libertad y templar la resistencia, esos dos son los
hilos de oro a los que el alma debe aferrarse en los momentos más desoladores y
terribles donde la existencia entera parece ponernos descarnadamente a
prueba. Y con esos hilos de oro se ha de salir del laberinto de Creta habiendo
batido los multiformes rostros tanatológicos que asumen nuestros singulares
Minotauros deseosos de tomar nuestro pulso hasta extinguirnos...
No es de extrañar que el poema “Invictus” fuera encontrado por Mandela.
Los orientales dicen que no encontramos a los objetos, sino que los
objetos son los que nos encuentran a nosotros. Este juego de palabras
no es en absoluto animista ni banalmente supersticioso, es un modo más de
recordarnos que es bien poco lo que surge por acción de nuestra planificación y
mucho más lo que sucede desde la lógica del devenir espontáneo de los hechos.
Podría ser este un caso ilustrativo en que esa interpretación orientalista
cobre plena dimensión, haciéndonos reflexionar acerca de otros circuitos para
comprender la dinámica de las búsquedas y los hallazgos. Siendo así, no podría
tanto afirmar que Nelson Mandela haya encontrado el poema de Henley como sí me
inclino a creer que el poema de Henley encontró la manos de legendario líder
sudafricano. Los poemas son cosas tan raras, como suaves "dientes de
león" soltados al viento: uno nunca sabe a ciencia cierta adonde pueden ir
a parar las pequeñas palabras que vuelan en ellos, y menos aún. qué resultará
si llegan a sembrarse en la mirada de aquellos que los lean... los poemas son
semillas tan inciertas!
Este poema fue guía, bálsamo y soporte espiritual de Nelson Mandela mientras
pasaba por el encierro, la humillación y el cautiverio que
conformaron el castigo “blanco” que se le impuso por casi tres décadas de
defender sus posiciones antisegregacionistas y haber sido consecuente con su
proyecto de lucha inclaudicable contra el racismo y a favor de la libertad.
Mandela se leía a sí mismo este poema de Henley cada vez que su alma decaía,
cada vez que una nueva circunstancia lo vulneraba inclinándolo hacia la
desesperación y la desesperanza. Poesía que amarra la fragilidad de la vida al
puerto de la resistencia cuando llega la brutalidad de la tormenta o la
inhumanidad de la tortura.
El nombre mismo de este poemazo fue utilizado para titular la última película
del gran Clint Eastwood, en la cual se narra la victoria de la selección
sudafricana de rugby –los Springboks -durante el mundial de 1995. La
historia del film está basada a su vez en el libro de John Carlin “Playing the
Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation”.
Este es el poema original de William Henley en inglés y su traducción al
español.
Un poema digno de ser enmarcado y releído cuando arrecian épocas de
mares agitados, cuando se siente la cercanía fría del “horror de la
sombra”, cuando nos parece inminente el riesgo de la zozobra.
Fuente: Gabiromano.blogspot