Todos los genios tienen algo en común: una capacidad de
concentración abismal. Albert Einstein, en una carta a su hijo, le habló
de «ese momento en el que estás haciendo una cosa, y el disfrute es tal
que no notas que pasa el tiempo. Debo reconocerte que algunas veces se
me pasa la hora de la comida mientras estoy trabajando».
No era el único. Miró pintaba en un estudio que construyó en Palma
de Mallorca para alejarse de las distracciones de la gran ciudad. Allí
se encerraba cada día con sus pinceles y su concentración. El artista
prohibió el paso a todo el mundo excepto a una persona: su mujer. Sólo
ella podía llamar a la puerta al final de la mañana para avisarle de que
la comida humeaba en el plato.
Ernest Hemingway
hizo algo parecido. En su casa de las afueras de La Habana colgó un
cartel en la puerta que advertía: ‘No se admiten visitas sin cita
previa’. «Cuando estoy trabajando en un libro o una historia, empiezo a
escribir cada mañana tan pronto como sale el sol. Nadie te distrae a esa
hora. Hace fresco o frío y te vas concentrando y entrando en calor
conforme escribes», indicó a un periodista en 1954.
El estadounidense trabajaba en cualquier sitio. En su dormitorio,
en bares, hoteles… Lo único que detestaba era que lo interrumpieran. «El
teléfono y las visitas son los destructores del trabajo. (…) Puedes
escribir en cualquier momento que te dejen solo y no te molesten».
El historiador de la ciencia James Gleick, después de escribir las
biografías de los físicos Isaac Newton y Richard Feynman, llegó a la
conclusión de que «todos los genios tienen una habilidad de concentrarse
con una intensidad difícil de concebir para las personas corrientes».
En una entrevista con Big Think aseguró, además, que «muestran una
inmensa pasión por la abstracción».
No importa que sean extrovertidos, como Feynman, o solitarios, como
Newton. La personalidad no tiene nada que ver con su genialidad. Lo que
los hace extraordinarios es su habilidad para desprenderse de cualquier
idea que no tenga nada que ver con el asunto que les ocupa y su
facilidad para pasar cientos de horas inmersos en sus proyectos.
La atención es imprescindible en la genialidad. Incluso la
obsesión. Las personas que hacen evolucionar el pensamiento, la ciencia y
la tecnología no sólo se quedan atrapados en su trabajo como un insecto
en una tela de araña. Muchas veces es absoluta obsesión y eso las lleva
a superar retos extraordinarios.
Muchos pensadores buscaron en el humo o las bebidas un empujón que
les ayudara a concentrarse. Detrás de la obra de escritores y
científicos hay miles de posos de café y salpicones de licor. Y mucha
fumarada. Freud se derrumbó cuando el médico le prohibió el tabaco. El
inventor del psicoanálisis decía que sólo podía escribir envuelto en la
humareda de sus puros.
«Los grandes músicos, matemáticos, científicos y filósofos de la
historia, todos ellos, han tenido un don extraordinario para focalizar
su atención con un alto grado de claridad mental durante largos periodos
de tiempo», indicó Gleick. «Una mente en ese estado de alerta durante
mucho tiempo es un terreno fértil para entender mejor las cosas y que
surjan todo tipo de asociaciones originales».
Muchos pensadores buscaron en el humo o las bebidas un empujón que
les ayudara a concentrarse. Detrás de la obra de escritores y
científicos hay miles de posos de café y salpicones de licor. Y mucha
fumarada. Freud se derrumbó cuando el médico le prohibió el tabaco. El
inventor del psicoanálisis decía que sólo podía escribir envuelto en la
humareda de sus puros.
«Los grandes músicos, matemáticos, científicos y filósofos de la
historia, todos ellos, han tenido un don extraordinario para focalizar
su atención con un alto grado de claridad mental durante largos periodos
de tiempo», indicó Gleick. «Una mente en ese estado de alerta durante
mucho tiempo es un terreno fértil para entender mejor las cosas y que
surjan todo tipo de asociaciones originales».
En 1959, Isaac Asimov escribió un artículo en el que intentaba responder al enigma de cómo surgen las ideas.
«Mi sensación es que lo relacionado con la creatividad requiere
aislamiento», enunció. «La persona creativa está trabajando
continuamente. Su mente está procesando información en todo momento.
Incluso cuando no es consciente de ello. Es muy conocido, por ejemplo,
el caso de August Kekulé. El químico seguía pensando en la estructura
del benceno mientras dormía».
En aquellos años cincuenta, en Galicia, Ángela Ruiz Robles
esperaba la caída de la noche para confinarse en una habitación de su
casa, mientras sus hijas dormían, y bajo la tenue luz de su escritorio,
inventar la primera enciclopedia mecánica que viera la historia. En
1958, esta maestra que vislumbró la era digital en plena posguerra
española alabó así la concentración en una entrevista con el diario
Pueblo: «El silencio es imprescindible, pues facilita la gestación de
esas ideas que luego favorecen el progreso del mundo».
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