No existe evidencia de una sociedad sin amor. Es más: si narrásemos la vida de cualquier persona como una sucesión de acontecimientos, podríamos dar cuenta de que el amor resultó ser el motor de gran parte de esos hechos vividos.
Se suele decir que se ama con el corazón, pero, para ser precisos, los seres humanos amamos con el cerebro. Cuando nos enamoramos “locamente”, se activa una red neuronal denominada sistema de recompensa cerebral. Esta red está asociada con la motivación, el placer, la gratificación emocional y el intenso deseo.
El amor romántico es aún más que eso, ya que se trata de una de las sensaciones más intensas de la vida: es una obsesión que a uno lo posee y hace que disminuya la activación en las áreas del juicio (por eso, precisamente, se llama a ese estado “locura de amor”).
Debemos decir también que el amor no es necesariamente una experiencia feliz. Esa obsesión de la que hablamos puede empeorar cuando uno no es correspondido. Se estudiaron cerebros de personas que habían sufrido el rechazo amoroso y, entre otros hallazgos, se observó que había gran actividad en el área ventral tegmental (parte de la red de recompensa cerebral), la misma que se activa en el amor romántico correspondido. Esto significa que muchas veces, aunque uno quiera olvidar, el fuego sigue encendido.
Esto puede explicarse porque cuando nos enamoramos también existe actividad en una región del cerebro asociada con el apego profundo hacia otra persona. Entonces, al sentirnos no amados, no tenemos sentimientos de desamor romántico, sino que estamos sintiendo el intenso dolor del desapego. Y como el circuito de recompensa cerebral sigue activo, sentimos una energía intensa, una motivación intensa y la suficiente voluntad para arriesgar todo con tal de obtener ese preciado premio de la vida: una pareja apropiada.
El amor romántico tiene todas las características de una adicción: se piensa obsesivamente en algo (la persona amada, en este caso), uno se vuelve intensamente dependiente de la persona amada y posesivo sexualmente (a diferencia de cuando se tiene sexo ocasional), se asumen grandes riesgos para conseguir o preservar el vínculo, se distorsiona la realidad (vemos sólo lo que queremos ver), existe una perseverancia extraordinaria y sentimos que necesitamos ver al ser amado más y más. Por otra parte, en el amor existe una curiosa persistencia: con el paso del tiempo, uno puede haber “olvidado” a la persona amada hasta que, por ejemplo, escucha una canción, vuelve a un lugar o huele un perfume que inexorablemente le recuerda ese sujeto del pasado.
El amor, según entienden las neurociencias, es más que una emoción básica: es un proceso mental sofisticado que afecta nuestros cerebros a través de activaciones en áreas específicas. Este proceso está sostenido, además, por activaciones que median funciones cognitivas complejas, como la cognición social, la representación de uno mismo, la imagen corporal y asociaciones mentales que se basan en experiencias pasadas. Diversos estudios de psiquiatría social han demostrado que cuando las personas están profunda y “locamente” enamoradas tienen fuertes manifestaciones somato-sensoriales: sienten el amor en su cuerpo, en sus mentes y, claro, reportan ser más felices. Asimismo, estudios de neuroimágenes funcionales han demostrado que el amor desactiva los circuitos cerebrales responsables de las emociones negativas y de la evaluación social. En otras palabras: la corteza frontal, vital para el juicio, se apaga cuando nos enamoramos y así logra que se suspenda toda crítica o duda. ¿Por qué el cerebro se comporta así? Quizá por altos fines biológicos y promover de esta manera la reproducción: si el juicio se suspende, hasta la pareja más improbable puede unirse y reproducirse. Las neuroimágenes han demostrado también que un área del cerebro importante en la regulación del miedo y regiones implicadas en emociones negativas también se apagan. Esto podría explicar por qué nos sentimos muy felices con el mundo -y sin miedo de lo que podría salir mal- cuando estamos enamorados.
Las neurociencias llevan adelante diversas investigaciones para comprender cómo es este proceso tan complejo y fascinante, es decir, qué pasa en nuestros cerebros cuando nos enamoramos. Hay muchas hipótesis sobre el papel del amor desde el contexto evolutivo. Investigaciones en psicología evolutiva y social han demostrado que el desarrollo cerebral está más relacionado con la complejidad de las interacciones sociales que con el ambiente circundante. Y en relación con el rol del amor en la evolución del ser humano, una de las hipótesis predominantes es que el amor es resultado de interacciones entre las bases genéticas de la compleja conexión social y las relaciones y apego entre personas.
Todo esto muy probablemente lo hayamos experimentado en nuestra vida, y lo habremos visto, oído y leído con creces en el cine romántico, los boleros, las telenovelas de la tarde y la literatura rosa. Y también, como en este caso, en la literatura infantil: “Mientras la señorita de Ciencias hablaba, Santiago sentía que le pasaban cosas, cosas de esas que pasan por dentro. Para empezar, no podía dejar de mirar a Teresita, como si tuviera los ojos pegados a la cara de ella. Y además sentía que todo le corría a lo loco por el cuerpo”. Este fragmento es de un bello libro de la escritora argentina Graciela Montes y tiene un título justo: Historia de un amor exagerado. Así, exagerado, como todas las historias de amor.
Autor: Facundo Manes
Fuente: La Nacion
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