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VOLVERSE COMO NIÑOS


Hace tiempo leí que desde un punto de vista evolutivo nuestra civilización era considerada aún muy niña. Es decir, que le faltaba mucho y que muchas de las cosas que nos sucedían eran consecuencia de eso, de que estábamos sin hacer. Yo, a medida que pasa el tiempo estoy más convencida de ello, de eso y de que se vive superficialmente, de que cada uno sólo mira para sí mismo, y lo hace de una forma egoísta, pensando en lo que le gusta, no en lo que realmente necesita, pero sobre todo segura de que los mayores males vienen de no pensar, de no reflexionar, de no pararse ante las cosas y estudiar su significado. Dice mi médico que la salud física se apoya en tres pilares básicos: la alimentación, la hidratación y el descanso. Después de algunas conversaciones con él, estoy convencida de que a pesar de ser tres principios básicos que realizamos todos los días, los hacemos sin conocimiento, sin una educación correcta en ellos, bombardeados de ideas creadas por una sociedad de consumismo, en nuestro caso como sociedad privilegiada que somos, pero sin conocimiento de lo que realmente debemos darnos. Prueba de ello es que no somos una sociedad saludable que vivimos mejorando la salud, sino que somos una sociedad enferma que vivimos prisioneros de la enfermedad, buscando solucionar las enfermedades, no estudiando la salud, por ello sólo acudimos al médico para que nos solucione las enfermedades cuando, en realidad, deberíamos sacudir a él para conservar la salud y adelantarnos a las enfermedades. Pero eso de adelantarnos no es una actitud que esté implantada aún en nuestras conciencias, porque siempre vivimos por detrás. Y si la hidratación, alimentación y descanso son pilares para nuestro cuerpo físico, la observación, la sencillez, y la curiosidad, lo son para nuestra mente. Es muy positivo, y proporciona una perspectiva distinta, situarse ante los acontecimientos de la vida cotidiana como espectador y no como protagonista, eso permite mirar las cosas desde fuera, poder mover una situación y tratar de verla en el espacio, verla desde distintos ángulos para ver cuál puede ser más positiva. Esto constituye un auténtico ejercicio mental que requiere disciplina con uno mismo, porque al principio, acostumbrados como estamos a ser tan protagonistas, resulta difícil quitarse del medio, pero la realidad es que ese protagonismo limita la visión global, la comprensión de las cosas. Es un ejercicio muy interesante y muy constructivo, y con la práctica se llega a experimentar realmente que uno no es el epicentro de la creación, sino una parte insignificante de ella. Eso hace que la perspectiva cambie, y que la mente, acostumbrada hasta ese momento a mirar sólo hacia el "ombligo", se expanda, y como consecuencia de la expansión empiece a contemplar otras posibilidades, otros enfoques, otras ideas. Y, desde el sillón de espectador, lo primero que hay que hacer es convertirse en observador. Aprender a observar en silencio, sin sacar conclusiones superficiales, tratar de ver dentro de las cosas, de las personas, de los acontecimientos. Y para ver dentro de las cosas hay que volverse como niños y comprender que en realidad uno no sabe nada. Entonces, podríamos decir que en el sillón del observador, tú, quien realmente está sentado es un niño. Y ¿qué es lo que hacen los niños? Los niños lo que hacen es preguntar, preguntar sobre todo, sobre todos, preguntar el porqué de las cosas que le rodean. Ellos, los niños, no sienten vergüenza por preguntar, no tienen prejuicios, ni esquemas, ni ideas preconcebidas. Y los niños preguntan todo porque tienen curiosidad, porque quieren conocer, porque quieren descubrir. En realidad, la curiosidad, la necesidad, es lo que marca la diferencia entre las personas. Los que se conforman con lo que son, con lo que tienen, con lo que hacen, son los muertos en vida, y en su muerte tratan de que otros también estén muertos, o de culpar de su muerte a los demás. Seremos una humanidad niña, no lo niego, pero no tenemos las cualidades de los niños, es más, yo diría que cada día se trata de matar al niño que hay dentro de cada uno. Al final, volvemos siempre a las palabras del Cristo, para entrar en el Reino de mi Padre hay que volverse como niños. Pero ese Reino no está en ninguna iglesia, ni en ninguna religión, ni en ninguna creencia. Ese Reino está dentro de cada uno. Cada uno decide dónde quiere vivir, pero, si alguien se pregunta cómo, simplemente, que se vuelva como niño…  

POR ELENA G. GOMEZ

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