12/01/2012 - 00:00
Foto: Pedro Madueño
Zygmunt
Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista, premio Príncipe de Asturias 2010
El hombre líquido
Doctor honoris causa por 15
universidades, sigue ejerciendo de profesor (Universidad de Leeds), y se nota: es de esos entrevistados que, con su pipa en ristre y amablemente, apenas te dejan meter baza en la conversación. Su pensamiento y su obra han sido analizados en una docena de libros. Hijo de una familia judía humilde, ex
marxista polaco huido del estalinismo, se refugió en la universidad británica y
se convirtió en un superventas filosófico. Tirando del hilo de su concepto de modernidad líquida, que define los rasgos característicos de nuestra época, ha
escrito sobre la vida líquida, el amor líquido, los miedos líquidos. Participó
en Converses a la Pedrera (Obra Social Catalunya Caixa).
- “Tengo 86 años. Nací en Polonia, pero mi nacionalidad es británica. Estuve casado durante 62 años, por desgracia enviudé. Tengo 3 hijas, 6 nietos y 4 bisnietos. La comunidad debe asegurarse de que todos estén a salvo de las catástrofes de la vida. Dios morirá con la humanidad.”
Cuál es su
descubrimiento más reciente?
Con un pie en la tumba
intento hacer balance, y mi constatación es que acabaré donde empecé.
¿Buscando una sociedad
perfecta?
Sí, hospitalaria para
los seres humanos.
¿Qué ha aprendido en el
trayecto?
He vivido bajo
diferentes regímenes, ideologías, modas..., y lo que me resulta más
sorprendente es que hay dos valores sin los cuales la vida humana sería
impensable: la seguridad y la libertad.
Reconciliarlos es
imposible, dice usted.
Cuanta más libertad
tengamos menos seguridad, y cuanta más seguridad menos libertad. En la
sociedad, la conquista de libertades nos lleva a una gran cantidad de riesgos e
incertidumbres, y a desear la seguridad.
Y entonces nos sentimos
ahogados.
Sí, conseguimos que no
nos atraquen por la calle, que si caemos enfermos nos atiendan, pero nos
volvemos dependientes, subordinados, y eso nos hace sufrir. Así que volvemos a
evolucionar a una mayor libertad.
¿En qué punto estamos
hoy?
Estamos asustados por la
fragilidad y la vacilación de nuestra situación social, vivimos en la
incertidumbre y en la desconfianza en nuestros políticos e instituciones.
Estudiar una carrera ya no se corresponde con adquirir unas habilidades que
serán apreciadas por la sociedad, no es un esfuerzo que se traduzca en frutos.
Toda esta precariedad se expresa en problemas de identidad, como quién soy yo,
qué pasará con mi futuro.
Y así llegamos a sus
fluidos: sociedad líquida, amor líquido, miedo líquido...
Sí, la modernidad
líquida, en la que todo es inestable: el trabajo, el amor, la política, la
amistad; los vínculos humanos provisionales, y el único largo plazo es uno
mismo.
Todo lo demás es corto
plazo.
No se da el tiempo para
que ninguna idea o pacto solidifique. Este enfoque ya forma parte de la
filosofía de vida: hagamos lo que hagamos es de momento, por ahora.
Nada dura para siempre,
ni siquiera el futuro.
Hoy nadie construye
catedrales góticas, vivimos más bien en tiendas y moteles.
¿Y por qué lo considera
un problema?
Objetos y personas son
bienes de consumo, y como tales pierden su utilidad una vez usados. La vida
líquida conlleva una autocrítica y autocensura constantes; se alimenta de la
insatisfacción del yo consigo mismo.
Nos hemos quedado sin
utopías.
La felicidad ha pasado
de aspiración para todo el genero humano a deseo individual. Se trata de una
búsqueda impulsada por la insatisfacción en la que el exceso de los bienes de
consumo nunca será suficiente.
Y llegamos al consumidor
consumido.
Hemos trasplantado unos
patrones de comportamiento creados para servir a las relaciones entre cliente y
producto, a otros órdenes del mundo. Tratamos al mundo como si fuera un
contenedor lleno de juguetes con los que jugar a voluntad. Cuando nos aburrimos
de ellos, los tiramos y sustituimos por algo nuevo, y así ocurre con los
juguetes inanimados y con los animados.
Es decir, otros seres
humanos.
Sí, hoy una pareja dura
lo que dura la gratificación. Es lo mismo que cuando uno se compra un teléfono
móvil: no juras fidelidad a ese producto, si llega una versión mejor al
mercado, con más trastos, tiras lo viejo y te compras lo nuevo.
¿Qué efectos tiene en el
ser humano?
Una actitud racional
para con un objeto es una actitud muy cruel para con otros seres humanos. El
consumismo es una catástrofe que afecta a la calidad de nuestras vidas y de
nuestra convivencia. Creemos que para todos los problemas siempre hay una
solución esperando en la tienda, que todos los problemas se pueden resolver
comprando, y esto induce a error, nos debilita.
¿Por qué nos debilita?
Porque nos priva de
nuestras habilidades sociales, en las que ya no creemos.
¿Cómo construirse a uno
mismo, hallar la felicidad en este mundo líquido?
Hay dos factores que cooperan para modelar el camino de la vida humana, uno es
el destino, algo que no podemos cambiar, pero el otro elemento es el carácter.
Ese sí lo podemos moldear.
El destino dibuja el
conjunto de opciones que tienes disponible, siempre hay más de una opción.
Luego el carácter es el que te hace escoger entre esas opciones. Así que hay un
elemento de determinación y otro de libertad.
¿Hay que resistirse para
ser libre?
Viviendo en una sociedad
de consumidores, resistirse a ser un consumidor es una opción posible pero muy
difícil. Por lo tanto, la probabilidad de que la mayoría de las personas decida
resistirse al consumismo es una probabilidad muy lejana, aunque todas las
mayorías empezaron siendo minorías.
¿Alguna solución
individual?
Uno no sólo puede, sino
que debe vivir su propia vida y el modelo de vida que le encaje, consciente de
las consecuencias y costes que acarrea. Y el problema de mejorar la sociedad, y
esta es la respuesta a todas las preguntas futuras que me pueda hacer usted.
¿...?
Se resume en hacer que la sociedad sea más benevolente, menos hostil, más
hospitalaria a las opciones más humanas. Una buena sociedad sería la que hace
que las decisiones correctas sean las más fáciles de tomar.
Fuente: La Vanguardia.com - La Contra
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