Bienvenidos a mi blog y muchas gracias por su visita! Este es un espacio donde comparto lo que me gusta y lo que otros amablemente compartieron conmigo a modo de archivo personal. Refleja mis intereses, mi forma de pensar y sentir a través de los años desde que nació esta página. Espero que disfruten su estadia! Mucha suerte y ....... Buen viaje / BUENA VIDA!!
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Lo que duele no es la pérdida, es la certeza de quedarse solo ...
El polvo y
la ceniza de una estrella muerta hace millones de años es aquello que conforma
parte de la sangre que recorre nuestro cuerpo. El hierro, el calcio o el
zinc que nos compone, son restos de una luz que hace tiempo murió, pero cuya
presencia sigue resonando en todos nosotros, aunque nadie la recuerde.
La escritora
María Virginia Jaua explica en su libro Idea de la ceniza
(Periférica) este curioso —y poético— hecho científico, para dar cuenta de
una idea muy sencilla pero inquietante, y es que para que exista la vida,
tiene que existir la muerte, como un ciclo eterno que late, aunque esté hecho
sólo de polvo.
Esta idea,
que es una obsesión y una constante en la literatura —vivimos para morir,
morimos para vivir, escribía por ejemplo el poeta japonés Nishiwaki
Junzaburo— le sirve a María Virginia Jaua para ilustrar algunos de los
capítulos más intensos de su ensayo novelado, centrados en cómo los humanos
asumimos el duelo.
"El duelo es
ese episodio de egoísmo que nos hace humanos"
Para Jaua,
definir o describir qué es lo que ocurre en nuestras vidas después de la muerte
de un ser querido es prácticamente imposible. El duelo, dice, es algo que no
puede definirse, porque para cada uno implica cosas absolutamente distintas.
Despedirse
es un acto íntimo.
Sentir dolor
es algo que no puede explicarse salvo desde lo más profundo.
Y estar de
duelo es, en cierto modo, un episodio de egoísmo, en el que el sujeto vivo
rememora al sujeto muerto para autolesionarse, para saberse definitivamente
vivo, para preguntarse a sí mismo sobre sus miedos, para negar la desaparición,
dotándola de aquellos recuerdos que aún permanecen.
O como se
pregunta Jaua: ¿Eso es el duelo? ¿Llevar un poco de vida a la muerte,
acompañarla en ese viaje?
Ya no hay vuelta atrás
Según la
autora de Idea de la ceniza, el duelo es algo ambiguo e irregular. Incluso
señala que a veces se pude volver adictivo, porque en su sufrimiento no hay
regla alguna y todo es tan caótico como unipersonal.
En el
célebre cuaderno Diario de duelo (Paidós) de Roland Barthes, el
pensador francés se pregunta sobre todas estas cosas cuando trata de volcar sus
pensamientos y sentimientos a propósito de la muerte de su madre.
Cada una de
sus reflexiones y aforismos parecen exaltados.
"Soledad = no
tener nadie en casa a quien poder decir: regreso a tal hora o a quien poder
hablar por teléfono para decir: ya regresé"
Son como
preguntas temblorosas que él mismo se hace, sin filtro alguno, para tratar
de entender ese vacío inexplicable, esa separación tajante entre la vida y la
muerte, esa certeza absurda de que lo que duele no es sólo la desaparición del
otro, sino saber que uno mismo se ha quedado solo, y que ya no hay vuelta
atrás.
Soledad = no
tener nadie en casa a quien poder decir: regreso a tal hora o a quien poder
hablar por teléfono para decir: ya regresé.
Se ha
escrito mucho sobre el duelo, sobre si este es una herida incurable,
sobre si el paso del tiempo lo hace más llevadero, o incluso sobre si su
proceso es necesario para formar nuestra actitud, nuestra fortaleza,
nuestra manera de ser.
Ya lo
escribieron las estrellas extintas hace millones de años: la muerte necesita a la vida para
ser muerte; la vida necesita sus duelos, para seguir siendo vida.
Llevar un
poco de vida a la muerte
En un
poema de Juan Eduardo Cirlot perteneciente al ya descatalogado El libro
de Cartago (Igitur) se puede leer un verso consternador : he mirado
largamente el resplandor de tu ausencia que me ha parecido más dulce, más
poderosa que todas las presencias.
Cirlot
escribe aquí sobre la desaparición, sobre las cenizas y sobre la memoria.
El autor
utiliza Cartago —aquella estratégica ciudad fenicia destrozada y quemada por
Roma— como metáfora lo que significa la desaparición más absoluta, esa
tierra de la que ya no puede nacer nada, ni tan solo la belleza.
Lo que
demuestran estos poemas es que la memoria puede mantener vivas cosas que se
creían desaparecidas. Ahí es donde vuelve a resonar la voz de María Virginia
Jaua: ¿Eso es el duelo? ¿Llevar un poco de vida a la muerte?
Personalmente,
leer a Cirlot es como un pellizco en mi propio proceso del duelo. Leer
ese libro tan significativo también es leer el que fue el libro favorito de mi
madre, muerta ya hace casi tres años por un cáncer.
"Nos
acurrucamos en los detalles, en las pequeñas pistas, en la memoria que late"
Entre ella y
aquel libro encuentro millones de pasadizos, millones de maneras de hacer
que su presencia —esa dulce y poderosa ausencia— vuelva a latir en cierto
modo, y me acompañe a mí en mi viaje de vida, siendo yo su acompañante en ese
viaje de muerte que comenzó pocos años atrás.
Leyendo a
Juan Eduardo Cirlot, y a María Virginia Jaua y a Roland Barthes, y a otros
tantos, me doy cuenta de que este dolor diario, este pellizco diario que es su
memoria, es algo que me ayuda a ser quien soy, a regocijarme en mi propio
lamento, a bañarme en esa herida interminable e incomprensible.
¿Cuánto dura
el duelo?
¿Cuáles son
esas pequeñas cosas que nos hacen detener nuestro día a día y recordar entre
lágrimas o palpitaciones?
¿Por qué la
muerte no se marcha de nuestro lado?
¿Nos duele o
nos anima saber que recordamos?
¿Todas estas
preguntas, se desvanecerán algún día?
Pero lo
cierto es que no se desvanecen, sino que cambian, mutan, se multiplican o se
dividen, aunque están ahí.
Es por eso
por lo que para hablar de duelos y despedidas pensé que lo mejor no era seguir
narrando los míos propios, sino disparar mis dudas hacia los demás, para que
ellos me contaran. Estas fueron, leyendo sus emotivas cartas, algunas de las
voces que me encontré:
“Mi abuelo
murió hace cinco años y sigo esperando cada noche a que me llame como hacía
y me diga ‘cómo está mi mariquilla’ y ‘hasta mañana si dios quiere’"
(María)
“Yo me
imagino mi cielo particular encontrándonos en la orilla de la playa de San
Lorenzo, con la
marea baja, cuando la playa es muy ancha y hay mucha arena mojada. Es un sitio
donde iba mucho de niño. Y les veo de muchas formas”
(Pedro
Pablo)
“Mi prima
murió hace ya unos años, cuando ella tenía 15. Fue por muerte súbita, en su
cama. Ningún coche o camión o autobús o moto o persona se la llevó por delante.
Ninguna enfermedad la tumbó. Se atragantó durmiendo y murió. Ese mismo año
meses más tarde murió mi abuelito, muchas pensamos que de pena. Nunca he
visto un dolor como ese, ni lo he sentido igual, de hecho lloro mientras te
escribo porque es un dolor que nunca olvido”
(Silvia)
“Comencé a
verle en sueños, me señalaba, me buscaba, se dirigía a mí con luces de neón y
decía ' estoy aquí , estoy aquí...' Yo lloraba a escondidas en la ducha.
Cuando se repartieron los bienes me quede con la camisa rosa y blanca a rayas
que llevaba al campo. Es un dolor que nunca se va. Creo que mi duelo no ha
podido completarse”
(Inés)
“Actualmente
estoy pasando el duelo por mi perro. Hay gente que no puede entenderlo pero,
después de 14 años juntos su pérdida es tan dolorosa para mí como la de
cualquier miembro de mi familia. Con él he vivido muchas cosas. Entre
ellas, el nacimiento de mi hija. Cuando llegué a casa con ella viví uno de los
momento más felices de mi vida gracias a él. Su ternura, su delicadeza al
tocarla”
(María
Dolores)
“El silencio
en la casa donde vivía con ella era devastador empecé a notar su ausencia
cuando el polvo en las gradas empezaba a acumularse, empezó a ser la muerte un
vacío en mi casa. Buscaba la forma de aceptar su muerte, me sentaba en una
silla o en un sofá cuando volvía por las noches a mi habitación y hablaba a
solas imaginado que todo lo que yo decía, ella, podía escucharlo”
(Misael)
“Hay olores,
colores y situaciones que relaciono con él y siempre será así. Se me hace
rarísimo, por ejemplo, comer granadas o melón sin él: él siempre me cortaba el
melón para que no me cortase la mano y me desgranaba las granadas para que no
me manchase. Me protegió hasta en lo más insignificante... habría sido
imposible que no me sintiese en deuda con él. La muerte de un ser querido
no se supera, solo nos acostumbramos a su ausencia”
(Virginia)
“Me gustaría
creer que en vida tendemos a la placidez (paz), algo parecido a la tranquilidad
o al bienestar… Deberíamos enfocar la ausencia en esa dirección. Lo muerto,
nutre lo vivo y viceversa. Para
mí, es fundamental, también, el agradecimiento”
(Òscar)
“Solo vengo
a decirte que lo que me horroriza y me consuela de la vida es exactamente lo
mismo: que sigue. Y que no hay una puta canción con la que haya palmado
súbitamente por amor que no se haya quedado en nada ahora que las escucho
pensando en mis padres”
(Juana)
Gracias.
Fuente: Playgroundmag
Autor: Miguel Luna
Imágenes de Geir Moseid
Un mensaje para el futuro y los 10 mandamientos de la logica
Fragmento de entrevista al filosofo, matemático y escritor Bertrand Arthur William Russell, en el programa Face to Face, entrevistado por John Freeman.
Fue uno de los
filósofos más influyentes del siglo XX. Luchó a lo largo de toda su vida en
contra de las supersticiones milenarias, pero no enfrentándose directamente a
ellas, sino divulgando la razón a través de sus libros, sus ponencias y en
cualquier oportunidad que se encontrara por el camino.
El 16 de
diciembre de 1951, aprovechó una colaboración para la New York Times Magazine
para divulgar una vez más la razón, mediante un artículo titulado The best
answer to fanaticism: Liberalism. Al final de este artículo, Russell exponía un
decálogo que, según él, todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos.
Posiblemente
el decálogo -al que Russell se refirió como mandamientos- no sea una enseñanza
completa en sí, pero enseña los pasos necesarios que toda persona ha de
intentar dar para encontrarse con la razón y alejarse de todo tipo de
supersticiones y creencias sin fundamento alguno.
1. No estés absolutamente seguro
de nada.
2. No creas conveniente actuar
ocultando pruebas, pues las pruebas terminan por salir a la luz.
3. Nunca intentes oponerte al
raciocino, pues seguramente lo conseguirás.
4. Cuando encuentres oposición,
aunque provenga de tu esposo o de tus hijos, trata de superarla por medio de la
razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es
irreal e ilusoria.
5. No respetes la autoridad de
los demás, pues siempre se encuentran autoridades enfrentadas.
6. No utilices la fuerza para
suprimir las ideas que crees perniciosas, pues si lo haces, ellas te suprimirán
a ti.
7. No temas ser extravagante en
tus ideas, pues todas la ideas ahora aceptadas fueron en su día extravagantes.
8. Disfruta más con la
discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva, pues si valoras la
inteligencia como debieras, aquélla significa un acuerdo más profundo que ésta.
9. Muéstrate escrupuloso en la
verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de
ocultarla.
10. No sientas envidia de la
felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio
pensará que eso es la felicidad.
Estos diez
mandamientos, difícilmente resumibles, nos enseñan a ser escépticos, pero sin
cerrarnos a posibles evidencias que desconozcamos; A respetar al resto y
permitir que todos expongan su opinión, sin que nadie la intente imponer a la
fuerza mediante el miedo o la opresión; A seguir adelante con nuestras
opiniones, por muy excéntricas que sean; A ser franco y no ocultar la realidad,
aunque esta vaya en contra de nuestro propio beneficio.
Ni la fuerza,
ni la autoridad, ni la mentira tienen valor alguno en un mundo donde únicamente
ha de triunfar la razón, por encima de todo.
Hace
no demasiadas décadas la tendencia dentro del mundo científico era la de
especializarse en múltiples ramas de la ciencia. Así, encontrábamos botánicos
con formación en medicina, que hacían su trabajo de campo en antropología y que
se doctoraban en física, para alcanzar el éxito con una obra cumbre en
entomología. Casos como estos había muchos, pero pocos científicos lograban el
éxito en todas las disciplinas en las que se desempeñaban.
Bertrand
Russell fue un paradigma en ello.
Tanto en filosofía y crítica social como en matemáticas, el
trabajo de Russell marcó un antes y un después en estas disciplinas.
Nació
el 18 de mayo de 1872 en Gales y falleció en ese mismo lugar el 2 de febrero de
1970 a la edad de 97 años. Comenzó sus estudios en el Trinity College de Cambridge,
y trabajó en instituciones como la London School of Economics y la Universidad de Cambridge.
Mas
alla de su trabajo académico Russel fue un importante activista social y
político. Entre algunas de sus acciones destacadas encontramos la oposición al
uso de las armas nucleares y la tendencia de izquierda (inicialmente comunista
y luego socialista) de su accionar.
Sus consejos a
los jóvenes sobre cómo evitar ir al frente y su activismo antibélico durante la
primera guerra mundial a Russell se le retiró el pasaporte, fue embargado,
despedido del Trinity College –quizá lo que más le dolió– y enviado a prisión.
“Mucha gente prefiere morir antes que pensar; de hecho, lo hace”, llegó a
decir. Tampoco sería la última vez que visitaría la cárcel.
A lo largo de
sus noventa y siete años de vida, Russel –que de pequeño estuvo sentado en el
regazo de la reina Victoria y llegó a ver a los astronautas del ApoloXI en
la Luna–, fue ante todo un hombre apasionado. Catalogado de héroe casi con la
misma frecuencia que de inmoral o tonto, cierto grado de inocencia lo hacía, a
veces, ponerse en la línea de fuego de individuos de talentos infinitamente
menores que el de él. Pero ni sus detractores podrían negar la lealtad que
hacia sus convicciones mostró a lo largo de su existencia.
Quedó huérfano
a temprana edad; su madre y su hermana murieron de difteria, y su padre, al no
poder soportar esa tristeza. Bertrand y su hermano mayor Frank fueron llevados
a vivir a Pembroke Lodge, la residencia donde, por favor real, vivían sus
abuelos. Lord John Russell había sido primer ministro y murió poco después,
quedando la crianza de los niños a cargo de Lady Russell. Aunque conservadora
en lo religioso, la condesa tenía una mente abierta en cuestiones tales como el
darwinismo o los derechos de los irlandeses.
Educado en
casa por tutores, Bertrand tuvo una infancia solitaria. Los jardines y la
biblioteca eran sus lugares predilectos; allí leyó las obras de su padrino John
Stuart Mill y descubrió a su adorado poeta romántico Percy B. Shelley. Fue
Frank quien los indujo a la geometría. Aprender sin esfuerzo lo que su hermano
le enseñaba, le dio confianza y terminó determinando su futuro: “A partir de
este momento hasta que con Whitehead terminé Principia Mathematica, ya con
38 años, las matemáticas fueron mi principal interés y mi principal fuente de
felicidad.”
Excepcional en
más de un sentido, Russell fue, desde 1897 hasta 1913, un notable matemático y
lógico conocido por su refinamiento al cálculo de predicados introducido por
Gottlob Frege (base de la lógica contemporánea). Como filósofo, su obra
canónica se centra en el período 1905-1921 y se le considera, junto con G.
E. Moore, fundador de la filosofía analítica; pero su fama –y sus premios,
incluido el Nobel– los obtuvo por sus escritos sobre diversos temas (el
matrimonio, la libertad sexual, los derechos de las mujeres, la religión), abordados
desde un punto de vista fuertemente humanista, inteligentes y llenos de humor,
a veces con disquisiciones de gran desparpajo.
En su libro más controvertido, Matrimonio y moral (1929), se expresa sin tapujos a favor de la libertad sexual. “Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos”, decía. Allí, cuestiona las nociones morales sobre sexo y se manifiesta partidario del divorcio siempre y cuando el matrimonio no tenga hijos. En tal caso, su opinión era que los padres deberían permanecer casados y ser tolerantes hacia la infidelidad. Esa posición era un reflejo de su vida en ese momento: su esposa Dora había quedado embarazada de un amante, el periodista americano Griffin Barry. En La conquista de la felicidad(1930), obra enmarcada en la larga tradición del estoicismo, que hoy seguramente podría ser colocada en los estantes de autoayuda, escribió: “Carecer de algunas de las cosas que uno desea es condición indispensable de la felicidad.” Allí también afirma: “Cuantas más cosas interesen a alguien, más oportunidades de ser feliz tendrá.”
En Por qué no soy cristiano (1927) y Religión y ciencia (1935), Russell trata el tema de la religión y fundamenta su agnosticismo filosófico.
“Tres pasiones, simples pero abrumadoramente fuertes han gobernado mi vida: el anhelo de amor, la búsqueda del conocimiento y la compasión por el sufrimiento insoportable de la humanidad. Estas pasiones, como grandes vientos, me han llevado de aquí para allá en un curso caprichoso [...] Esta ha sido mi vida. Me ha parecido digna de ser vivida y la viviría nuevamente si se me ofreciera la oportunidad.”
Murió de gripe el 2 de febrero de 1970.
En su libro más controvertido, Matrimonio y moral (1929), se expresa sin tapujos a favor de la libertad sexual. “Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos”, decía. Allí, cuestiona las nociones morales sobre sexo y se manifiesta partidario del divorcio siempre y cuando el matrimonio no tenga hijos. En tal caso, su opinión era que los padres deberían permanecer casados y ser tolerantes hacia la infidelidad. Esa posición era un reflejo de su vida en ese momento: su esposa Dora había quedado embarazada de un amante, el periodista americano Griffin Barry. En La conquista de la felicidad(1930), obra enmarcada en la larga tradición del estoicismo, que hoy seguramente podría ser colocada en los estantes de autoayuda, escribió: “Carecer de algunas de las cosas que uno desea es condición indispensable de la felicidad.” Allí también afirma: “Cuantas más cosas interesen a alguien, más oportunidades de ser feliz tendrá.”
En Por qué no soy cristiano (1927) y Religión y ciencia (1935), Russell trata el tema de la religión y fundamenta su agnosticismo filosófico.
Hablando de la
gula llegó a decir: “Es un cierto pecado
vago, pues es difícil decir dónde el interés legítimo por el alimento cesa y se
empieza a incurrir en culpa. ¿Es malo comer algo nutritivo? En ese caso,
caeríamos en el riesgo de condenarnos cada vez que comemos una almendra
salada.”
En cierta
ocasión, interrogado acerca de por qué nunca había escrito nada sobre estética,
contestó que no sabía nada del tema, para enseguida agregar: “Pero no es una
buena excusa, porque mis amigos dicen que eso no me ha disuadido de escribir
sobre otros temas.” Dispuesto siempre a pensar, nunca a repetir lo que decían
otros, agradecía profundamente cuando alguien le hacía ver sus errores. Para él
como filósofo de mentalidad científica, la obstinación no era una virtud: “Yo no quiero que las personas crean
dogmáticamente en ninguna filosofía, ni siquiera en la mía.”
Russell
contrajo matrimonio cuatro veces y tuvo tres hijos. Su primer amor fue la
hermosa Alys Pearsall Smith (se casaron en 1894), mujer de profundas
convicciones e intrépida activista a favor de varias causas. Tras una larga
etapa de separación en la cual tuvo varias amantes, entre ellas Lady Ottoline
Morell y Constance Malleson (nombre real de la actriz Colette O’Neil), se casó
en 1921 con Dora Black. Se separaron en 1932. Cuatro años después se casó con
Patricia Spence. Tras esa compleja vida emocional, ya octogenario, pudo
encontrar con Edith Finch la armonía conyugal que buscó durante toda su vida.
Tras la muerte
de su hermano en 1931, Bertrand se convirtió en conde, título que según confesó
le “resultó muy útil para hacer reservas de hotel”. Entre sus amigos se
destacaron H. G. Wells, Joseph Conrad, E.
M. Forster, T. S. Eliot y George Bernard Shaw. Con D.
H. Lawrence la relación fue intensa pero efímera. Al principio Russell lo
encontró fascinante pero después decidió apartarse de sus ideas
antidemocráticas. Durante la primera guerra, las cartas de Lawrence fueron
haciéndose cada vez más hostiles: “¿De qué sirve vivir como vive usted? No
considero buenas a sus clases. ¿Lo son? ¿Es bueno quedarse en la maldita nave
arengando a los peregrinos? ¿Por qué no se tira por la borda? Uno debe ser un proscrito
hoy día, no un profesor o un predicador.” Russell opinaba que Lawrence no
deseaba un mundo mejor; sólo estaba interesado en monologar sobre lo malo que
era éste.
Poco después
de la primera guerra, las investigaciones de Russell se vieron interrumpidas.
En 1916 había sufrido el primer revés por su actitud pacifista: fue multado y,
como no pagó la suma, le remataron la biblioteca, pero sus amigos lograron
rescatar los libros. Dos años después (mientras estaba preso), escribió su
último trabajo significativo en matemáticas, Introducción a la filosofía
matemática (un divorcio más en su compleja vida pasional); según su propio
comentario, su trabajo en lógica lo había dejado agotado. Los ataques de
Wittgenstein lo afectaron tanto que tampoco pudo volver a escribir de
filosofía; recién volvería a ella en 1940.
Debido a la
imposibilidad de ejercer la docencia en Gran Bretaña, el retiro de su pasaporte
(que lo hizo perder un ofrecimiento de la Universidad de Harvard) y la cárcel,
Russell comenzó a ganarse la vida a través de la publicación de una serie de
libros que, si bien lo pusieron en el centro de la controversia (aun más que su
pasaje por la prisión), se fueron convirtiendo en su principal fuente de
ingresos y de popularidad. Con un estoicismo que sólo los ingleses pueden
tener, comentaba: “Puede parecer curioso
que la guerra haga rejuvenecer a alguien, pero en realidad me sacó de mis
prejuicios y me hizo pensar nuevamente en una serie de cuestiones
fundamentales.”
Russell
consideraba que “en todas las actividades
es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas
cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras”.
Para 1938,
Russell viajó con su familia a Estados Unidos donde pudo volver al ejercicio de
la docencia. Sobre sus clases en Chicago, Carnap recordaba: “Russell tenía la
feliz habilidad de lograr una atmósfera en la que cada participante hacía lo
posible por contribuir a la tarea común.” En 1940 protagonizaría otro
escándalo: el City College de Nueva York lo contrató como profesor, pero se
generó una fuerte polémica, con apasionadas protestas: se le reprochaban las
libertinas opiniones sexuales que había expresado enMatrimonio y moral (la
queja la inició la madre de una estudiante de otra carrera). Albert Einstein,
John Dewey, Aldos Huxley y otros intelectuales lo apoyaron. Impedido nuevamente
de dar clases, Russell retomó la escritura; Historia de la filosofía
occidental fue su libro más vendido. Por esas fechas se manifestó a favor
de la acción bélica en el entendido de que la expansión nazi debía ser frenada.
En 1944 fue
restituido en su puesto en Cambridge. En 1948, con setenta y seis años de edad,
sobrevivió a un accidente de aviación en Hommelvik, Noruega; cuenta la leyenda
que escapó de la aeronave por sus propios medios, nadando con el sobretodo
puesto. Al año siguiente, el rey Jorge VI lo condecoró con la Orden
del Mérito; levemente incómodo por algunas de las actitudes de Russell a lo
largo de su vida, el rey le dijo: “Usted se ha comportado de una manera poco
apropiada algunas veces.” Russell solamente sonrió, para luego declarar que
pensó en contestarle: “Es verdad, igual que su hermano.” El Premio Nobel de
Literatura llegaría en 1950.
De ahí en más
Russell sería conocido fundamentalmente por sus denuncias y por su defensa de
la paz mundial. Junto a Einstein creó la primera Conferencia Pugwash que reunió
a varios científicos preocupados por la escalada nuclear. Encarcelado
nuevamente a los ochenta y nueve años por incitar a la desobediencia en
relación a este tema, la cobertura mediática sólo sirvió para aumentar su
reputación. Durante la crisis de los misiles de Cuba ofreció su mediación y, en
1966, junto a Jean Paul Sartre, organizó un Tribunal Internacional del Crímenes
de Guerra –hoy conocido como el Tribunal Russell– para investigar las
consecuencias de la acción militar de Estados Unidos en Vietnam.
Checoslovaquia,
la situación de Aleksandr Solzhenitsyn y el destino del pueblo palestino
estuvieron entre las últimas preocupaciones del hombre que alguna vez escribió: “Tres pasiones, simples pero abrumadoramente fuertes han gobernado mi vida: el anhelo de amor, la búsqueda del conocimiento y la compasión por el sufrimiento insoportable de la humanidad. Estas pasiones, como grandes vientos, me han llevado de aquí para allá en un curso caprichoso [...] Esta ha sido mi vida. Me ha parecido digna de ser vivida y la viviría nuevamente si se me ofreciera la oportunidad.”
Murió de gripe el 2 de febrero de 1970.
Recuerden esta frase: "Conquistar el miedo es el comienzo de la riqueza."
Fuentes: Jornada UNAM MX, Batanga, Recuerdos de Pandora
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