A veces, las personas necesitan desahogarse y contar algo que les pasó, algo que sienten profundamente o algo que les ha afectado de una manera particular. Pero no desean compartir esa experiencia con nosotros para que les demos nuestra opinión. No están buscando una respuesta. A veces, sólo necesitan contarlo para sacar afuera sus sentimientos, para liberar tensiones, para poder comprender mejor algo que les ocurrió a través de la repetición.
Suele ocurrir que cuando relatamos algo una y otra vez, vamos como tomando distancia de ese acontecimiento o hecho y lo vamos viendo desde otro lugar, desde un lugar más objetivo. Esto nos permite, de alguna manera, despojarnos un poco de las emociones que venían incluidas en ese hecho y así, nos damos permiso para analizarlo de un modo más racional.
El Dr. Joseph Carver escribió un excelente artículo sobre el Control de la Memoria Emocional en el que menciona cómo algunos veteranos de guerra podían relatar algunos de los horrores que habían vivido durante la guerra, sin mostrar -casi- emociones al respecto. Sus relatos eran fríos y objetivos, como una noticia periodística. Esto se debía a que, con el tiempo y después de tanto contar la misma experiencia, una y otra vez, ya la habían despojado de las emociones fuertes que estaban vinculadas con dicha experiencia.
De igual manera, muchas veces, las personas necesitan hablar reiteradamente sobre un tema determinado, en especial cuando se trata de una experiencia muy movilizadora. Por ejemplo, después de la pérdida de un ser querido, una ruptura sentimental, un situación de estrés y angustia prolongada, un abuso o maltrato físico o emocional, etc. Hay experiencias de vida que pueden afectarnos mucho, emocionalmente. Por esta razón, es natural que tratemos de comprender qué pasó o de buscar consuelo o contención emocional a través del relato reiterado.
Cuando una persona elige compartir con nosotros una experiencia que impactó su vida y su estado emocional de un modo significativo, no siempre está buscando una respuesta de nuestra parte. Muchas veces, sólo necesitan que uno esté allí para oírlos, para ponerles el hombro, para tomarles la mano, pero sin emitir ningún juicio de valor sobre lo que nos están contando.
El mero hecho de “prestarle la oreja” a alguien, de estar allí cuando un amigo nos necesita, es un acto de ayuda emocional. Cuando una persona tiene necesidad de compartir una experiencia emocional con nosotros, quizás sólo necesita que la escuchemos sin juzgarla, sin darle sugerencias, sin inferir que nosotros creemos que lo que hizo está bien o mal, etc. Escuchar a otra persona sin dar nuestra opinión, sin emitir un juicio, sin dar sugerencias, es algo que tiene mucho valor - en especial para las personas que sólo necesitan a alguien que las escuche cuando desean hablar.
Al escuchar de este modo, nos abrimos y nos volvemos receptores de los sentimientos y las emociones ajenas, nos abrimos a las experiencias de los demás, nos damos la posibilidad de aprender a oír a otras personas sin juzgarlas. Este tipo de ayuda emocional puede ser muy valiosa, y en algunos casos, puede ser el único tipo de ayuda que brinde una contención emocional eficaz.
Suele ocurrir que cuando relatamos algo una y otra vez, vamos como tomando distancia de ese acontecimiento o hecho y lo vamos viendo desde otro lugar, desde un lugar más objetivo. Esto nos permite, de alguna manera, despojarnos un poco de las emociones que venían incluidas en ese hecho y así, nos damos permiso para analizarlo de un modo más racional.
El Dr. Joseph Carver escribió un excelente artículo sobre el Control de la Memoria Emocional en el que menciona cómo algunos veteranos de guerra podían relatar algunos de los horrores que habían vivido durante la guerra, sin mostrar -casi- emociones al respecto. Sus relatos eran fríos y objetivos, como una noticia periodística. Esto se debía a que, con el tiempo y después de tanto contar la misma experiencia, una y otra vez, ya la habían despojado de las emociones fuertes que estaban vinculadas con dicha experiencia.
De igual manera, muchas veces, las personas necesitan hablar reiteradamente sobre un tema determinado, en especial cuando se trata de una experiencia muy movilizadora. Por ejemplo, después de la pérdida de un ser querido, una ruptura sentimental, un situación de estrés y angustia prolongada, un abuso o maltrato físico o emocional, etc. Hay experiencias de vida que pueden afectarnos mucho, emocionalmente. Por esta razón, es natural que tratemos de comprender qué pasó o de buscar consuelo o contención emocional a través del relato reiterado.
Cuando una persona elige compartir con nosotros una experiencia que impactó su vida y su estado emocional de un modo significativo, no siempre está buscando una respuesta de nuestra parte. Muchas veces, sólo necesitan que uno esté allí para oírlos, para ponerles el hombro, para tomarles la mano, pero sin emitir ningún juicio de valor sobre lo que nos están contando.
El mero hecho de “prestarle la oreja” a alguien, de estar allí cuando un amigo nos necesita, es un acto de ayuda emocional. Cuando una persona tiene necesidad de compartir una experiencia emocional con nosotros, quizás sólo necesita que la escuchemos sin juzgarla, sin darle sugerencias, sin inferir que nosotros creemos que lo que hizo está bien o mal, etc. Escuchar a otra persona sin dar nuestra opinión, sin emitir un juicio, sin dar sugerencias, es algo que tiene mucho valor - en especial para las personas que sólo necesitan a alguien que las escuche cuando desean hablar.
Al escuchar de este modo, nos abrimos y nos volvemos receptores de los sentimientos y las emociones ajenas, nos abrimos a las experiencias de los demás, nos damos la posibilidad de aprender a oír a otras personas sin juzgarlas. Este tipo de ayuda emocional puede ser muy valiosa, y en algunos casos, puede ser el único tipo de ayuda que brinde una contención emocional eficaz.